A su ya dilatada trayectoria, se le unen ahora dos volúmenes. El primero de ellos, “El círculo de barro” (Real Sociedad Económica de Amigos del País de Vejer. 2011), es un íntimo itinerario por donde el yo lírico pasea su mirada por el lugar que lo vio nacer y crecer: Vejer. Esta tierra -su tierra- ha sido en otras ocasiones referente común de sus textos, pero aquí ”da un paso más; asistimos a la creación y destrucción de ese espacio mítico”, tal y como afirma en el prefacio Ángeles María Vélez Melero.
No hay artificio ni oropel en los versos del poeta vejeriego. Su palabra se apoya en un decir de concepción experiencial, donde el tiempo -“el tiempo es sólo un intervalo/ entre el sueño y la muerte”- se impone con rotundidad: “Qué suave el barro/ en las manos del tiempo,/ sobre su dorso el aire y la caricia de las aguas”. Y así, a través de una cadencia almada y penetrante, se ovilla junto al origen y al final de la conciencia que otorga la humildad de un pueblo arraigado en los adentros: “La tierra ya/ es tan solo el paisaje/ ni siquiera nostalgia/ o reducto de la memoria/ del tacto,/ donde habiten/ las caricias del barro/ los labios de cristal del agua”.
Con “En el corazón del signo” (EH Editores. Jerez de la Frontera, 2011), segunda de sus entregas, obtuvo Francisco Basallote el Premio de Poesía “Hojas de Bohemia 2010”. En esta ocasión, su voz se aventa desde una perspectiva en clara sintonía con el mundo del arte, y en su cántico hallamos poemas con títulos que ilustran su intención, “El trazo”, “La sombra”, el “Color”; y escenarios tan pictóricos como “Cueva Remigia”, “Altamira”…. No es casual, por tanto, que el prólogo venga firmado por el pintor sevillano Juan Fernández Lacomba, quien recuerda cómo Paul Valéry consideró el dibujo una de las tres grandes creaciones humanas, junto a la poesía y las matemáticas.
Y con fino pincel va trazando Francisco Basallote esta singladura por los límites de la memoria y de la luz, por el ámbito infinito del corazón, por la cromática sinfonía de sus vívidos versos: “En los signos los tres senderos/ de la aventura de vivir:/ En el primero abre los ojos de la mente,/ en el segundo abre los ojos al Yo superior,/ en el tercero oye el sonido de la Tierra”.
El lector asiste, a su vez, a una exploración de la coyuntura del ser humano enfrentado a su limitada existencia y al asombro incesante y revelador que le otorga la Naturaleza: aliada única, secreta y solidaria. Una dicción pausada y un verso directo, dicho queda, son los exactos ingredientes de un libro de poemas plásticos y sonoros: “El hallazgo de otra verdad/ es el reflejo de las cosas/ sobre la extendida piel/ del sueño/ en la noche del tiempo”.
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