Cortar el hilo entre las personas que se divorcian cada vez es más difícil. Tienen los mismos problemas que los jóvenes, el acceso a la vivienda. Así que o se lo piensan o siguen conviviendo en la misma casa o piso con los papeles del divorcio firmado. Qué duro no poder deshacer el nudo. No quieres volver a ver a tu pareja y tenéis que compartir la nevera, guisar por turnos y repartir la limpieza. Las grises pelusas que corretean por la casa siguen compartiendo ADN de los dos. Una condena sin fecha de término.
La situación económica actual da lugar a estás situaciones incomprensibles.
Quién iba a decirle a las parejas que saltaron de alegría el veintidós de junio de 1981, día que se aprobó la ley del divorcio, que cuarenta años más tarde, habría gente que como ellos vivirían la experiencia de vivir juntos sin aguantarse.
En lo social pasa como con la historia que nos movemos en círculos. Nadie en esa etapa precoz de la democracia española habría previsto este desenlace.
Cuánto apartamento turístico está proliferando por todas las ciudades de España y para conseguir dejar atrás a tu cónyuge tienes que volver a casa con papá y mamá.
Debido al número de separaciones que se producen, unos contrayentes de hoy tienen muchas papeletas para ser unos divorciados mañana. Eso que en teoría todo el que se casa piensa cual paloma o pingüino que es para siempre, porque si no, no daría el paso. El ideal de ser monógamos como gansos está en la mente de todos los que se acercan al altar o al concejal del ayuntamiento. También las parejas que se unen sin que medien papeles.
Los divorcios tienen también sus duelos aunque haya quien tenga una nueva relación antes de que medien abogados. Por lo que vivirlos con el cadáver presente no deja de ser una aberración producida por la coyuntura económica.
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