El jugador de baloncesto Ricky Rubio lleva seis meses retirado de las canchas de juego. De vuelta a España ha decidido rehacer su vida apoyado en su familia, entrenamientos con el Barça y practicando la nankurunaisa, una metodología oriental en auge que obedece a esta máxima: “Nunca olvides quién eres y vive por hoy y por el mañana. Que jamás se te olvide sonreír y, por terrible que haya sido tu día, recuerda que el próximo sol te recibirá con una gran sonrisa. Tú haz lo mismo”. Lo que traducido resulta: “Con el tiempo se arregla todo”.
Cada vez que cobran relevancia determinadas terapias novedosas, enfocadas a la superación de las dificultades inherentes al hombre moderno, me asalta el título del ensayo de Lou Marinoff, Más Platón y menos Prozac, tan original como concluyente: ni siquiera hace falta leerlo, puesto que te daba la pista en la portada, pese a lo cual lo convirtió en best seller mundial. Marinoff reivindicaba que “una vida examinada es una vida mejor”, y defendía hacerlo a la luz de la filosofía práctica, sin necesidad de terapias ni antidepresivos.
Desconozco su opinión sobre la nankurunaisa, pero si a Ricky y otros muchos les ha ido bien, me alegro por ellos. Su mantra es tan alentador como inofensivo, a la par que una oda a la esperanza, que es un concepto sobre el que sí opina Marinoff: “La esperanza es mantener la expectativa de un desenlace favorito, que es compatible con la experiencia actual en la vida del individuo”.
La cuestión es que todos precisamos de ayuda en algún momento de nuestras vidas, ya sea de la mano de un amigo, un psicólogo, un filósofo, un médico, un director espiritual, un sabio oriental o un coach de mindfulness, pero no siempre basta con satisfacer al individuo. Díganle a los quince mil agricultores onubenses que se manifestaron esta semana en Sevilla, a los que lo harán en unos días por toda España, o a los transportistas a los que están saboteando sus mercancías en suelo francés, que “jamás olviden sonreír y que, por terrible que haya sido su día, recuerden que el próximo sol les recibirá con una gran sonrisa”.
En su caso, el apoyo o la ayuda que reclaman tiene un destinatario directo, el Gobierno y los gobiernos, y no encuentran respuesta a su desesperación. Portugal nos niega el agua que le sobra a raudales para regar las fresas de Huelva, Francia abomina de nuestros tomates e insulta la profesionalidad de nuestros camperos y Europa asfixia al sector primario con exigencias que olvida imponer a productores extracomunitarios.
Todo ello en un contexto de sequía severa que no hace sino alimentar las diferencias políticas en vez de acercar posturas, víctimas todos de un necesitado protagonismo, cuando lo que ha quedado en evidencia es que vamos tarde y no queda más que gobernar a golpe de decreto, como ya ocurrió durante la pandemia, con la diferencia de que aquello fue una tragedia sobrevenida y el descenso de las cuencas ha sido progresivo -toda una advertencia- durante los últimos años, que es lo mismo que decir responsabilidad de quienes gobiernan y han gobernado, arriba y abajo.
Del nuevo decreto, de hecho, lo más relevante son las inversiones; en especial las destinadas al uso terciario del agua de las depuradoras, de manera que contribuyan a mantener el riego en zonas agrícolas: la disputa política entre si la Junta ha priorizado a la EDAR de Jerez frente a la de Cádiz resulta ridícula si se tiene en cuenta a qué se debe esa priorización, aunque tampoco son gratuitas las aportaciones de las organizaciones agrarias, ni otras realizadas por partidos de la oposición.
El relato, porque lo hay, se completa con las visitas a los puertos para comprobar que las canalizaciones para captar el agua de los barcos cisterna están en perfecto estado. Una escenificación que no habla solo de gestión y anticipación, sino de inculcación de una preocupación cierta, si no miedo, que es la mejor forma de control, ahora que han situado a 90 segundos el reloj del fin del mundo.
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