Cuando a mediados de los noventa empezó a ponerse de moda eso de ir a Fitur a vender los encantos de tu pueblo o tu ciudad, muchas comitivas municipales aprovecharon la ocasión para conocer con más detalle la capital. Al menos eso contaban de regreso los enviados especiales.
La estampa ha ido cambiando con el tiempo y la Consejería de Turismo ha terminado de darle la vuelta por completo este año bajo la concepción de un espacio de trabajo más que de promoción territorializado, ya que lo fundamental pasa por hacer marca de Andalucía y venderle sus atractivos, de forma globalizada, a touroperadores, aerolíneas y gestores de eventos, en una especie de todo suma en la que lo que menos peso tienen son los actos promocionales: prueben a ver las imágenes de las presentaciones de cada ayuntamiento y podrán reconocer entre el público a la mayoría de las caras.
Todo muy bien hecho, mejor escenificado y emocionalmente condicionado, pero, seamos honestos, dirigido a nosotros mismos, a los que estamos allí y a los que lo vemos desde la distancia, tal vez para darnos golpes de pecho, henchir el orgullo y justificar la inversión y la dedicación, pero no como público objetivo, aunque suponga la base de todo lo que se va a ofrecer a quien venga durante los próximos once meses.
Es mero envoltorio justificativo. Lo que de verdad interesa es lo que se gestiona en el “backstage”, que es como se dice ahora “detrás del escenario” para quedar más modernos después de demostrarle al mundo que no hay nada más moderno que una banda de cornetas y tambores para erizarte la piel.
Es ésta una época de contradicciones en la que, al menos, podemos apoyarnos en algunas certezas, como la de coincidir en la relevancia que ha adquirido la industria turística en las últimas dos décadas; la suficiente como para tomarnos más en serio la relevancia de todo eso que se negocia que los discursos y los vellos de punta a la espera de la cla.
Porque después de los vídeos, las fotos, las entrevistas, las calcamonías -¿quién se va a tatuar eso dios mío de mi alma?- y el somos los mejores, toca bajarse del escenario, pisar la arena y seguir abordando las cosas de comer. Y sí, Pedro Sánchez es terrible, Puigdemont el mismo demonio, los pactos una vergüenza, Cataluña nos roba, Felipe, Guerra y Page un ejemplo, la ley de amnistía una indecencia, la desigualdad territorial una realidad, pero hay vida más acá de Fitur y del Gobierno central. Y esa vida pasa ahora en algunos municipios por la aprobación de otro plan de ajuste.
En el caso de Algeciras se aprobará este próximo lunes y lleva aparejadas subidas de impuestos que minimiza el Ayuntamiento, pero que ha puesto a temblar a los vecinos: Fapacsa ha recogido doce mil firmas en contra y advierte de que la subida, sobre todo en el caso del Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI), no va a ser tan laxa como la pinta la delegada de Hacienda. Se han leído la letra pequeña y no les salen las cuentas. Al Gobierno local parece que sí, entre otras cosas porque estamos a tres años y medio de otras elecciones municipales.
El Ayuntamiento de Jerez lo hizo este viernes. El PP, que fue quien firmó hace poco más de una década el primer plan de ajuste -Jerez como banco de experimentos de Montoro, se decía entonces- culpa ahora a Montero por las exigencias -en realidad insta a adoptar diferentes alternativas- y por obligar a la alcaldesa a incumplir una promesa electoral: “No subiremos los impuestos”. Lo hará con el IAE, el ICIO y la eliminación de la bonificación en el IVTM, aunque sin la aprobación previa de las ordenanzas fiscales parece complicado que se pueda cumplir con el objetivo a final de año.
Por el otro lado, para reducir gastos, entre 2025 y 2028 dejará de cubrir la mitad de los puestos de trabajo que queden vacantes por jubilaciones en el Ayuntamiento, lo que genera dudas acerca de la prestación de servicios públicos; tantas como las inversiones que llegarán para incrementar los ingresos porque se dan las condiciones apropiadas. Más que un plan de ajuste es un acto de fe.
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