Una presentación entre amigos pero también entre taberneros o amigos de tabernarios ilustres como Silvio, porque el bar lo hace quien lo regenta pero también sus clientes, los tabernícolas. Esa esencia es la que Andi, de nombre real José Ramón Andixoetxea Rodrigo, ha querido transmitir en un libro que no es una enciclopedia sino una pincelada de algo que forma parte de la idiosincrasia de Sevilla.
Silvio suena de fondo y Andi tiene su preámbulo firmando libros entre antiguas botellas de sifón e históricas Cruzcampo que son reliquias, como la sala El Cachorro que acoge la presentación de ‘Sevilla, la ilustre taberna’. Complicidad, risas, conversación y mucha anécdota, todo salpica un libro que es un alegato del psicólogo tras la barra, de la retranca del tabernero, del patrimonio antropológico que supone ser historia y formar parte de la historia del barrio, de los amigos, de una sociedad que ha sufrido, ha vivido y, sobre todo, ha disfrutado de un símbolo de Sevilla, como son sus bares.
Porque este no es un libro de bares y tabernas sino de historias de gentes de bares y tabernas, de la Sevilla que pasó, la Sevilla que pasa y la Sevilla que queda, anecdotario que a veces está en el inconsciente colectivo y compartido y otras que son propias, para recordar, para no olvidar y para compartir, que de eso va la vida del tabernero, algunas de ellas que no se pueden ni publicar, que se quedan como algunos cantes y bailes, de puertas para dentro, con la “puerta cerrá”.
Andi, un “tabernero hasta la médula” residente en Huelva pero “enamorado de Sevilla, de sus recovecos, sus olores y sonidos, pero especialmente de sus bares, se embarca por segunda vez en la expedición de llevar sus templos a los libros, primero lo hizo con Huelva (‘Huelva choquera y tebernera’ va por la tercera edición) y ahora se enfrasca con Sevilla como “constructor de historias”, montando un puzle con las historias “que me habéis regalado”. Y lo hace con algunos de sus protagonistas acompañándolo, con Don Curro, primero “cabellero” (porque él lo que cortaba era el cabello) y luego tabernícola en Los Amigos, mítica taberna, bar y restaurante en Los Remedios, historias de una época en la que Silvio Rodríguez Melgarejo luce con luz propia.
El libro es una conversación constante con el tabernero, ese que cuenta y guarda la historia viva de Sevilla, que trasciende. La prostitución, el flamenco y las drogas en la Alameda o del Pumarejo, en aquella época tan dura de la heroína en la que tenía que hacerse respetar y lo hacía, con retranca, con dureza, con complicidad, dejando pasar la mano, con “orgullo” porque aún así han seguido ‘pa´lante’. Las mujeres no entraban en las tabernas pero sí que iban a por el vino para el pollo y el vaso llegaba medio vacío al guiso. La dureza de cómo Pepe del bar Santa Ana cuenta cómo expulsaron a los gitanos de Triana porque “había que hacer pisos”. El esfuerzo de los componentes de Los Sentíos porque “se caía” la taberna de Gonzalo Molina y el lamento de unos “bichos tabernarios” que reniegan de la uniformidad de la globalización.
“En estas páginas no cabe toda Sevilla, pero todo lo que hay es Sevilla pura”, recoge el libro en su contraportada. Andi lo pone de manifiesto rescatando pasajes de las historias que rodean a cada uno de los bares. Es un alegato o muchos alegatos a la vez de lo que implica ese “templo” que cada sevillano “o cada adoptado” tiene cuando quiere conversar, compartir, beber y sentir. Es un alegato a la convivencia, porque cuando hay peleas “siempre hay alguien dispuesto a mediar”; es un alegato a las personas que están en la retaguardia y al desvivir de los que echan horas y esfuerzos en la barra pero también en la cocina, como Consuelo de El Clavel en la Pañoleta (más de ochenta años y sigue dando de comer en su taberna a pesar de que era bordadora) o como Reyes regentando Casa Morales, esa taberna en la que “las niñas no pueden entrar”. Pero también por los que hacen barrio, como el Protasio, Cantina, Moreno, Pepe, Bellavista, Plácido, Taberna…
Pero sobre todo, es un alegato a recuperar el bar y la taberna, ese “pellizquito” que se siente cuando se empieza a perder ese patrimonio, esa idiosincrasia de Sevilla. “Que los guiris vengan es una bendición pero que no nos quiten el sitio, tienen que venir y acompañarnos, compartir los huecos, los sevillanos tienen que recuperar el sitio que se merecen”, decía Andi recordando los bares de Santa Cruz o el Vizcaíno, cuyos testimonios son “pinceladas de la historia misma de la ciudad”.
La historia de una ciudad es en verdad la historia de sus gentes y cómo viven se muestra, en el caso de Sevilla, en sus bares y tabernas pero no tiene nada de guía turística. La obra de Andi, que además está publicada por una editora local, Fénix Editora, es un recopilatorio de sentimientos, algunos muy duros, a través de la tradición tabernera que aún se mantiene y perdura porque los sevillanos y los “adoptados” siguen compartiendo entre sus paredes, barras, vinos y tanques de cerveza, porque “hay futuro”. “Nos vemos en los bares”.
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