“El poniente es, sobre todo, un viento”. Así comienza el libro de relatos que ha escrito José Carlos Fernández Moreno y que el pasado jueves, en plena y paradójica ebullición del levante, fue presentado por Enrique Montiel en el Cine Almirante.
Sí, en el Cine Almirante. Me dieron permiso en el manicomio para ir al acto de presentación, aunque con la condición de que tendría que volver pronto, por lo que no me pude quedar a que el autor me dedicara el libro de su puño y letra, ya que la cola para hacerse con su firma era enorme.

Lo he leído casi entero, pero no me ha dado tiempo a terminarlo del todo. Sin embargo no quería dejar que los días enfriaran la buena noticia de este parto y me he decidido a escribir algo sobre la pronta impresión que Poniente está causando en este loco.

Si tuviera que destacar cuatro cosas, serían las siguientes: la supervivencia de la originalidad, el triunfo de la observación, la victoria de la sensibilidad y el trabajo de pulimento que lleva cada frase.

Poniente es un libro original, porque comprende quince historias sin nexo entre sí. Hoy, ser original es complicado y es cosa de locos. Por eso a los que vivimos en este manicomio nos tachan de originales. Poniente tiene la ventaja de que cada pequeño relato ha recibido un trato muy especial, como el que le da un padre a sus hijos cuanto más pequeños son. Cada relato te ofrece distintos sabores, con lo que la comida gana en calidad lo que pierde en cantidad, cosa que es de agradecer, porque muchos preferimos calidad a cantidad y exquisiteces a excesiva abundancia.

Observar no es fácil. No todo el mundo quiere observar y poca gente sabe hacerlo con devoción. Parece como mentira que sabiendo de la brevedad de nuestra vida pasemos por ella sin llevarnos en las pupilas todo lo que podamos de este mundo efímero y espectacular. A José Carlos no se la va ni una. Es como si se hubiera grabado en la cabeza y en el corazón cada gota de lluvia, cada uno de los nombres que los cañaíllas enviamos a tierras del olvido, cada instante de su niñez. Según contó él mismo, el nombre con que ha bautizado su libro hace referencia a aquellas tardes en las que el poniente alumbraba aquellas hojas amarillentas que le facilitaba su padre y en las que, siendo un niño, comenzó a escribir sentado en el escalón de mármol de su casapuerta.

La sensibilidad es un don divino del que muchos hombres carecen a pesar de estar fabricados a imagen y semejanza de Yavé, según consta en la Biblia. La sensibilidad pone los vellos de punta, nos hace recapacitar sobre la frágil condición humana y hace que, a pesar de los progresos y adelantos de la ciencia y de las artes, sigamos acariciando con cariño los mejores recuerdos de nuestra existencia. Poniente es un libro rebosante de sensibilidad, en el que los personajes y las cosas de la vida corriente saben de antemano que van a ser tratados por el autor con supremo afecto.

Por último, Poniente es un libro trabajado, como corresponde a la manera de ser de José Carlos, hombre responsable, trabajador y ejemplar donde los haya. Cada palabra, cada frase, cada párrafo no son producto de la improvisación, sino del cincel.

Por todo ello, el que no se haga con este libro, escrito por uno de los nuestros, y no lo lea con detenimiento, no voy a decir que es un papafrita, pero poco le falta.

En este breve escrito quiero darle las gracias a José Carlos por ese Poniente fresco que ha venido a La Isla a contrarrestar al pesado levante. Además le deseo de corazón salud para escribir otros diez títulos más y que para él se ponga el sol lo más tarde posible. Gracias.

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