El Loco de la salina

El cinco por ciento

ayer tuve sesión con el psiquiatra. Al entrar en la consulta ya le noté mal rollo en la cara, pero me saludó correctamente y me indicó el camino del sofá. De pronto se puso delante mía, recostó su cabeza en mi hombro y se echó a llorar como un niño. Doctor, ¿se encuentra usted bien? Me encuentro fatal, Francisco.
Bueno, ¿le puedo ayudar en algo? ¿por qué no se echa usted en el sofá? El doctor se acomodó sin pensarlo dos veces y comenzó a largar entre sollozos. ¿Sabe usted, Francisco, que me descuentan el cinco por ciento de mi sueldo? No, ¿por qué? Porque dicen que la cosa está muy cortita y no hay un duro por ningún sitio. Y usted, doctor, ¿no piensa retorcerle el pescuezo al que le va a hacer eso? Es muy difícil, Francisco, porque estoy en manos de quienes me pagan, aunque algo estoy haciendo ya. De momento, he puesto en la calle al cinco por ciento de locos, pues es de justicia que si cobro menos trabaje menos. Después voy a descontar otro cinco por ciento al celo del trabajo empleado en los que se van a quedar aquí dentro y, si alguno se vuelve más loco, le aplico un diez por ciento por el plus de peligrosidad.
El doctor seguía llorando de impotencia y llegó un momento en que le metí un poco más los dedos, acostumbrado como yo estaba a sus profundos interrogatorios.
Doctor ¿y es mucho el dinero que pierde? Se le cambió la cara, se incorporó y me dijo que el dinero no era lo más importante. Yo cada vez entendía menos. Mira, Francisco, te lo voy a explicar a ver si te queda claro. Yo, si hay que echar una mano para levantar este manicomio, pues la echo y punto final. Yo lloro y me desespero, por otras cosas. Me desespera ver que el director me ha tratado también como a cualquier imbécil de este establecimiento, mejorando lo presente. Se ha tirado un montón de tiempo diciéndome que aquí no había problemas de ningún tipo. Y la verdad, Francisco, es que me he sentido confiado como el toro contemplando el trapo antes de que el torero entre a matar. Doctor, utilice otras metáforas. Mira, Francisco, te voy a contar lo que me sienta como una estocada. Mientras que a mí me descuentan el cinco por ciento de lo que gano, que al final va a ser el diez o el quince, porque ya no me fío de las cuentas de esta gentuza, el director de este manicomio, ahí donde lo ves tan serio y tan formal, sigue derrochando dinero, colocando amigotes sin ningún tipo de estudios ni preparación, asignando muy buenos sueldos a asesores fantasmas, haciendo clientelismo siempre con el pensamiento puesto en las elecciones a la dirección… Comprenderás que me siento engañado y tomado por idiota, porque veo que sobra dinero por todas partes y sin embargo ahora me dicen muy seriamente que soy yo el que tengo que ser solidario. Recuerdo la frase de Santiago Rusiñol: "De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos".
Doctor, ¿le puedo hacer una pregunta indiscreta? Sí, dígame. ¿Es usted de izquierdas o de derechas? Mira, Francisco, un buen ejemplo no es patrimonio ni de la izquierda ni de la derecha. Un padre de familia, sea de izquierdas o de derechas, si no hay dinero en casa, se quita el pan de la boca para dárselo a sus hijos; y aquí no solamente no se quita el pan de la boca, sino que se arrima jamón serrano, mientras les dice a sus hijos que la cosa está fatal. El verdadero líder no reparte buenas palabras, sino puro ejemplo.
De pronto, el doctor se levantó, me miró, consultó el reloj y dijo secamente: lo espero a la hora de votar. ¿A mí, doctor? No, al Zapatero.
Salí del despacho sin comprender qué tenían que ver los zapateros con la consulta del psiquiatra.

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