Nacido en 1894 en el seno de una familia acomodada de la burguesía, Lartigue está considerado hoy uno de los grandes nombres de la fotografía del siglo XX y pronto, a partir de los ocho años y hasta los 92, cuando falleció, convirtió la cámara en una prolongación más de su cuerpo.
Según recalcó ayer en rueda de prensa el comisario de la muestra, Florian Rodari, la máquina le ayudaba a “retener” los momentos felices, ante un miedo atroz a que todo su mundo desapareciera de un momento a otro.
Rodari, junto con Martine d’Astier de la Vigerie, han planteado esta monografía, que bajo el título de Un mundo flotante podrá verse hasta el 3 de octubre, no siguiendo criterios cronológicos sino por ámbitos: El paso del tiempo; Una mirada moderna; La velocidad; La ligereza; La belleza femenina y En busca de lo desconocido.
El comisario ha rememorado que, igual que muchos artistas japoneses, el artista de Courbevoie presenta en sus trabajos un mundo “flotante”, de vida activa y dinámica, pero fugaz.
Para Rodari, el secreto de su mirada se basa “en la incertidumbre y las dudas respecto a la realidad” y en que “sentía una amenaza por la desaparición, por la finalización del placer, por la muerte”.
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