Temblores

La vida y el patrimonio, las personas y los enseres, la existencia en todos sus detalles, se están viendo reducidos a escombros por unos seísmos de tanta virulencia que se antojan como una venganza parida por el planeta desde sus entrañas

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Parece que la Tierra está empeñada en gritar para que parte de sus hijos tengan que lamentarse.  Porque los últimos temblores de tierra en Nepal han dejado dolor, mucho dolor, y lamentos, una sensación absoluta de indefensión por parte de los seres que habitan el planeta ante la fuerza de los movimientos telúricos.
      La vida y el patrimonio, las personas y los enseres, la existencia en todos sus detalles, se están viendo reducidos a escombros por unos seísmos de tanta virulencia que se antojan como una venganza parida por el planeta desde sus entrañas, que tampoco es de extrañar dado el comportamiento que tenemos con nuestro hogar cósmico.
      Temblores de tierra que son también temblores del alma, que relativizan todo, que dejan en evidencia la nimiedad de tantas cosas y la insignificancia de este punto perdido en tanto que nos desborda en el que nos convertimos cuando crujen las tripas de nuestro viejo planeta tierra.
     Como tiemblan descontroladamente las manos de quien se hace mayor y ve deteriorarse sus neuronas, así parece temblar nuestro planeta, como si  se desgastara el vigor de su cerebro, y un incontrolado y violento ahogo senil se impusiera sobre todas las cosas.
     La Tierra tiembla ahora en Nepal, pero otras veces han sido otros los rincones arrasados, Chile, Irán, México, China... el mapa y el territorio atrapados en la furia de unos dioses ocultos que se desperezan extenuados y se toman su revancha sobre los impertinentes humanos siempre enredados en sus pequeñas mezquindades, en sus lujurias absurdas, en su vacío y su abismo aplazados siempre para otro día...
      La Tierra tiembla en Nepal, pero traza heridas en toda su propia extensión, en toda su corteza, y nos vuelve hacia la sabia reflexión que realizó Jorge Drexler en su poema ‘La edad del cielo’: “No somos más/que una gota de luz,/una estrella fugaz,/una chispa, tan sólo,/en la edad del cielo./(...)/solo un breve latir/en un silencio antiguo/con la edad del cielo./No somos más/que un puñado de mar,/una broma de Dios,/un capricho del Sol/del jardín del cielo”.

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