Me queda la palabra

Septiembre

El Voyager lleva cuarenta años buscando vida inteligente en el universo ¿Será porque sabe que aquí en la Tierra no la hay?

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En la interesante película de J. A. Bardem de 1965, “Los Pianos Mecánicos”, las lágrimas de la última amante veraniega del escritor Pascal Regnier, que interpreta James Mason, ante la inesperada llegada de la lluvia que acaba con las vacaciones veraniegas y con ellas su romance, son una de las mejores imágenes que ilustra lo que supone la llegada de septiembre. Septiembre, tradicionalmente es el paso entre el final del año laboral con el agotamiento de las vacaciones  y el inicio del nuevo curso con todo lo de novedoso, de expectante y de inseguridad aventurera que nos trae el devenir.
Septiembre ha vuelto, y en circunstancias normales, como aquellas que exhibía la película, con el final del placer vacacional y de los amores estivales y la incertidumbre del nuevo curso. El clima y la rutina cambiaban en septiembre: Hoy no es así. El final del verano se deslizaba lentamente por la suave caída de las temperaturas y la aparición de las primeras lluvias; si bien el calor daba sus últimos coletazos en los días popularmente conocidos como el veranillo de San Miguel (29 de Septiembre)  o del Membrillo,  o el veranuco de San Martín (11 de Noviembre) más famoso en otras zonas del país, despidiéndose para dar paso a las benéficas lluvias otoñales que facilitaban el tránsito al frío invierno,  sobre todo en mayores latitudes. El invierno, con sus fríos y sus nieves, moría con exactitud casi matemática con el inicio de la más bella de las estaciones, la primavera, reconocida por la mayor parte de las culturas ancestrales como el renacer y por tanto asociaban los mitos de la muerte y de la resurrección de sus dioses a este trance final del invierno y al nacimiento de la estación del resurgir de la naturaleza. Seguro que hace cincuenta años, en tiempos de la película, aún era lo habitual; como otro ejemplo más de la estupidez de la una raza humana descerebrada, hoy en día no es más que un nostálgico recuerdo. La descabellada y suicida política medioambiental, denunciada ya en 1972 por el informe del Club de Roma sobre “Los Límites del Crecimiento”, que fue punto de partida para la sensibilidad ecologista y que desde entonces viene combatiendo desde los sectores más sensibilizados, nos ha abocado a un descontrol desastroso que hoy ya estamos padeciendo. El irracional programa desarrollista ha roto todos los equilibrios climáticos, la excesiva emisión de gases de efecto invernadero, el deterioro de la capa de ozono, la contaminación aérea, terrestre y marina (recuerdo que en el Océano Pacífico sigue creciendo una isla flotante formada por residuos plásticos con una superficie superior a la Península Ibérica con los daños que provoca por sí misma, la falta de luz y de oxígeno que determina en la zona afectada, que trae consigo la desaparición de todo ser vivo que habite este espacio). La misma política que ha traído el tan anunciado cambio climático que nos ha dejado los años convertidos en dos estaciones caóticas, un verano interminable de medio año de duración y un otoño caprichoso y errático del otro medio. Ya no tenemos un septiembre anuncio de las lluvias otoñales, ahora los huracanes, que antes solo en casos muy concretos resultaban realmente preocupantes, se suceden en breves días como ha ocurrido con el Harvey y el Irma, alcanzando récords terribles e insospechados por sus efectos y peligrosidad. Mientras, en zonas como nuestra península la escasa lluvias caen en trombas tan horrorosas que no sabe uno si queremos que llueva o que no lo haga; los pantanos se secan a un ritmo galopante y el planeta se va a la mierda, con la inoperancia, el egoísmo y la ineptitud de quienes tienen la responsabilidad de paliarlo. (Viendo el progreso de la pérdida del nivel de agua embalsada, nadie pone una gotita de sensatez y decide medidas de control de consumo y recorte del despilfarro, parece que en este país solo existe Catalunya: todo el puto día hablando del mismo tema, sin buscar soluciones y mientras nuestro mundo camina hacia la desaparición a pasos agigantados)
¡Qué paradoja! El Voyager lleva cuarenta años buscando vida inteligente en el universo ¿Será porque sabe que aquí en la Tierra no la hay? Cuanto mejor le hubiera ido al planeta que los monos no hubieran evolucionado: seguro que esto sería el paraíso.

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