Lo que queda del día

Una historia verdadera

Andalucía es la comunidad con los tributos de sucesiones más altos de España: será porque aquí sólo heredan los ricos, aunque en 2014 casi seis mil andaluces tuvieron que renunciar a sus herencias porque no podían hacer frente a los impuestos exigidos

Permitan que hoy empiece contándoles una historia real, un caso verídico, eso que los americanos llaman “a true story”, como si cada una de nuestras vidas se mereciera un “estrenos tv” para después de la sobremesa. Lo haré cambiando nombres y escenarios, pero no el tiempo ni la esencia de cuanto sugiere.

Arranca en nuestra posguerra, en los años del hambre, en un pequeño pueblo de provincias entregado a las labores del campo,  sus misas de domingo y las fiestas de guardar. Allí creció Juani, la tercera de nueve hermanos -uno de ellos no superó su primer invierno-, siempre alrededor de su madre, de las faenas de la casa, del campo y de la creciente familia que iba haciendo cada vez más pequeño el dormitorio que tenían que compartir. Tuvo tiempo para ir a la escuela, a aprender a leer, escribir y hacer cuentas, obligada por la perseverancia de un padre que entendió a tiempo la importancia de la educación, el conocimiento y las inquietudes como formas de realización personal en una nueva España bajo unas reglas con las que nunca comulgó, para disgusto de su propia esposa, que sufría cada vez que lo descubría intentando sintonizar emisoras clandestinas.

A Juani, como a tantas niñas de su generación, no sólo la instruían en los libros, sino en sus labores, y fue allí, haciendo punto de cruz, donde demostró su talento para coser y bordar, y entiendo que así se lo harían ver a su propia madre, que, llegada la mayoría de edad, y ante las escasas perspectivas de futuro que veía para ella en el pueblo, permitió que aceptara un trabajo de costurera en una casa noble de una gran ciudad para contribuir con la familia y empezar a desenvolverse por sí misma. Así estuvo en varios hogares durante más de una década, hasta que a finales de los años sesenta, y ante la creciente demanda de empleo que se iba generando en las grandes capitales de provincia con la llegada de nuevas industrias, consiguió un trabajo en la fábrica de una firma textil que acababa de abrir en Andalucía.

Y allí fue donde se abrió camino definitivamente entre pespuntes, ojales, dobladillos, dedales y máquinas de coser. Allí fue donde albergó a algunas de sus hermanas y, con el paso del tiempo, a sus propios padres, ya retirados del campo. Tras más de treinta años en la empresa, uno de sus nuevos jefes empezó a hacerle un poco la vida imposible, incluso a denigrarla profesionalmente, hasta que finalmente tuvo que aceptar el finiquito y aguardar la jubilación. Lo haría en su propio piso, después de media vida de alquiler, y gracias a los ahorros que había ido acumulando año tras año. Superada cierta edad, decidió hacer testamento, y puesto que no tuvo hijos, incluyó a varios de sus hermanos.

Juani falleció hace poco más de un mes, pero puede que ninguno de sus familiares pueda disfrutar de lo que ella pretendió otorgarles por sorpresa: su piso. De momento, tres de ellos se han visto obligados a renunciar, y los otros dos gestionan un posible préstamo para hacer frente a los más de 30.000 euros que les exige la administración autonómica en concepto de impuesto de sucesiones. Me pregunto cuántas puntadas tuvo que dar, cuántos patrones tuvo que seguir y cuántas agujas tuvo que ensartar en toda su vida para ahorrar el dinero necesario para comprar ese piso que ahora puede quedar en manos del Estado porque sus herederos no pueden hacer frente a los impuestos que les pide la Junta -la comunidad con los tributos de sucesiones más altos de España: será porque aquí sólo heredan los ricos-. Curiosamente, la comunidad de Madrid, con los impuestos de sucesiones más bajos de España, ingresa más dinero que Andalucía por este concepto. El por qué lo revelan los propios números: en 2007, antes de la crisis, renunciaron a sus herencias 1.417 andaluces; en 2014 lo hicieron casi seis mil.

Susana Díaz, no sé si porque le ha tocado de cerca, se ha dado cuenta de que en su tierra no sólo heredan quienes tienen apellidos compuestos, sino hasta hijos de fontaneros, e incluyó en su programa como propuesta estrella la bajada del famoso impuesto en favor de las clases medias. Ya va tarde. La culpa, de los que no facilitaron antes su investidura; claro que eso es materia de telediario, no de una historia verdadera.

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