La salita de Moy

La fiesta de los estudiantes

Habemus pregonero. Habemus cartelista. Sólo faltó la fumata blanca desde la azotea de San Gregorio y un repique solemne de campanas desde la Giralda...

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Habemus pregonero. Habemus cartelista. Sólo faltó la fumata blanca desde la azotea de San Gregorio y un repique solemne de campanas desde la Giralda para darle el carácter de “importantísima” a la noticia del sábado por la mañana. La realidad es que este anuncio lo que viene es a poner en marcha de nuevo la cuenta atrás de nuestros rutinarios relojes y, porque no decirlo, distraernos por un rato. Unos se ocupan de buscar la información pertinente de los designados. Otros rastrean los votos en busca de los “segundos”. Y alguno lo que encuentra es una excusa para comerse unas croquetas by the face. Pero lo realmente importante es que el día de la elección sigue tomando el cariz de festivo. La satisfacción personal de dos cofrades, que por méritos dispares, tienen el orgullo de poder decir que uno le pondrá voz a la espera más inquietante y que el otro trazará con sus lápìces el camino que hemos de seguir para alcanzar la ilusionante rampa del Salvador.

Ahora, para gustos los colores. En el caso del pregonero, José Ignacio del Rey, posiblemente venga a transmitirnos esas vivencias profundas de un selecto cofrade y de un cristiano practicante y convencido, aparcando además por un rato el estilo Serna o Reyes, con el fin de no agotarlo o quemarlo por reiteración. Por su parte, el cartelista, Pepillo Gutiérrez Aragón, es la apuesta férrea para volver a apostar por el rupturismo como segundo año consecutivo, después del Cachorro de Cerezal. Pepillo es retratista que maneja los lápices como pocos, que seguro entregará una obra para la posterioridad y que viene correlativamente a darle un impulso a la juventud en momentos donde la caspa aún esconde a tantos talentos.

Y si el motivo ya era más que suficiente para que estos señores y sus respectivas familias lo celebraran por todo lo alto, el binomio resultante de la suma de sus raíces lo hizo incluso más especial. Porque el sábado fue “la fiesta de los Estudiantes”, pero no la de las barriladas primaverales ni las de los litros y las bolsas de pipas en los parques, sino la de una Hermandad elegante, sobria pero actual, joven pero sabia. La fiesta de una cofradía que a todos gusta paladear en los albores del Martes Santo y que brillará con luz propia en los meses previos de la semana más esperada.

La fiesta de los Estudiantes es silenciosa, no molesta a los vecinos y suele comenzar con una oración ante el Señor de la Buena Muerte y su Bendita Madre de la Angustia. Por eso, la satisfacción es plena cuando a sabiendas de la categoría de esta Hermandad uno puede casi que asegurar que disfrutaremos de un pregón y un cartel donde quedará patente la “Y” de Dios. Ellos son de los Estudiantes, ellos son los encargados de presidir una clase magistral de buen talante, de herramientas actuales y donde la sabiduría le dé la mano a la juventud. La fiesta universitaria no ha hecho más que comenzar.

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