Las vísceras, las actitudes precipitadas y violentas, las prisas y las precipitaciones nublan la razón y ensucian la dignidad. Debemos aprender a dominar nuestro carácter y dejarnos un tiempo para pensar y reflexionar antes de dar un paso en falso.
Los ciudadanos empezamos a estar hasta las narices de escuchar siempre la misma canción, los populares desde el gobierno y hablándonos de una recuperación que solo ven sus amigos y protegidos, los socialistas discutiendo sobre ellos y sus cosas, los nacionalistas queriendo caminar por su cuenta y las fuerzas emergentes intentando sorprendernos a ver quién nos promete lo más inalcanzable y jugar con nuestra desesperación.
Y a todos ellos les pediríamos en términos taurinos que cambiaran el tercio, que cojan otra ruta o se aprendan otro cuento, porque la faena tal y como la llevan resulta monótona y aburrida, el camino es el mismo de siempre y de sobra conocido por todos y el relato lo hemos escuchado mil veces y estamos hasta las narices.
Hay momentos en la historia, en los que hay que decir basta ya, del mismo lenguaje, el de aquellos que dicen una cosa y hacen la contraria, de los que prometen y no cumplen, de los que no se implican y solo piensan en beneficiarse personalmente, de los que creen que la humanidad es una jauría y el mundo una selva.
A muchos actores de este gran circo se les olvida con frecuencia la transitoriedad y eventualidad de sus papeles, que pueden ser muy vistosos pero resultan efímeros, y hablan, sentencian y pontifican sobre lo que suponen pero no tienen ninguna certeza.
Entre tensiones y preocupaciones, creencias y emociones determinadas por nuestros deseos y necesidades, debemos valorar los pros y los contras de cada situación y decidir lo más conveniente, no es un juego fácil, pero así es la vida y hace falta coger el compás de la calle, del uno a todos y viceversa.
Vamos descubriendo la inutilidad de hacernos las víctimas o proclamarnos los héroes, o anunciar profecías y pronosticar el futuro desde nuestra particular bola de cristal, la ausencia de planes perfectos o de fáciles soluciones para problemas complicados.
Debemos estar dispuestos a rectificar nuestros errores, quitar la careta de las falsedades, poner luz en los ocultamientos y combatir con todas nuestras fuerzas cualquier tipo de corrupción y no ser cómplices en convertir en invisible todo aquello que molesta al poder.
Si tenemos paciencia, las piezas van encajando en el complicado puzle de la vida y con trabajo y honradez, el resultado de nuestros esfuerzos y sueños se van haciendo realidad y sentimos como dentro del baile que nos toca en cada momento va llegando a nuestro ánimo esa armonía que anhelábamos y que ocasiones se viste de dulzura, otras de pasión, a veces nos hace rebelarnos y en otras cooperar a encontrar la menos mala de las soluciones.
Y en medio de este barullo, de vez en cuando necesitamos darnos algún capricho y hacerle un hueco en la agenda a la locura, sin el control y la rigidez de los límites y dejando espacio para el desmadre, abriéndose a otras miradas y experiencias y dándose la oportunidad de cambiar de tercio.
Porque es saludable y necesario para el ser humano, introducir novedades y sorpresas en nuestro guión, ya que como diría Georges Clemenceau “el hombre absurdo es el que no cambia nunca”
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