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Opiniones de un payaso

¿Peor imposible?

A lo largo de las últimas semanas hemos visto al gobierno de Rajoy despacharse a gusto contándonos lo bien que va la economía. Aunque todos los indicadores relevantes, salvo alguno, manifiesten justo lo contrario. Tenemos un millón de personas menos trabajando y 630.000 desempleados más...

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A lo largo de las últimas semanas hemos visto al gobierno de Rajoy despacharse a gusto contándonos lo bien que va la economía. Aunque todos los indicadores relevantes, salvo alguno, manifiesten justo lo contrario. Tenemos un millón de personas menos trabajando y 630.000 desempleados más que hace dos años. Las exportaciones han crecido a un ritmo inferior al que lo hacían en 2011 y han caído los índices de competitividad. Se han reducido la inversión y la producción industrial. También las ventas de coches y la actividad comercial en general. El crédito a las empresas y a los hogares no sólo no se ha recuperado sino que ha bajado más de un 20 por ciento. El déficit público no ha mejorado, si se tiene en cuenta lo que se ha destinado al rescate de los bancos. La deuda pública se ha incrementado notablemente y el PIB se ha retrotraído en los dos últimos años un 2,5 por ciento.
Pero, aún así, don Mariano va y nos saca pecho. Y encima se permite el lujo de echar una mentirijilla más, como la de decir que no se han perdido empleos en lo que va de año, cuando no es verdad, por si nos la cuela.
En cualquier caso, estoy convencido de que la economía, antes que después, terminará mejorando. Pero no porque yo sea gurú, mago, iluminado o entendido en la materia, sino porque me parece a mí que ya no queda otra. A menos que nos vengan tan mal dadas –no lo permita la divina providencia– como para que la situación empeore todavía más. Digamos que estoy convencido de que mejorará, sí o sí. Porque así está definido en ese cierto orden o desorden que con el transcurrir de los años uno observa en la sucesión natural de las cosas y los acontecimientos.
Por ejemplo, es verdad que la cantidad de parados ya no aumenta a un ritmo de miedo como aumentaba en meses anteriores. Aunque, claro, no es menos cierto también que esto no se debe tanto a méritos del Gobierno como al hecho de que muchos ciudadanos se han ido fuera en busca de trabajo. Y, por supuesto, a que el número de quienes trabajan y corren riesgo de perder su puesto es cada vez menor.
Dicho de otro modo: que es más que probable que ya hayamos tocado fondo. Y, si es así, ahora sólo puede ocurrir o que nos quedemos sumergidos y en remojo durante mucho tiempo o que seamos capaces de tomar algo de impulso e iniciar el regreso a la superficie. Siempre y cuando desde Bruselas no se empeñen, queriendo o sin querer, en mantenernos con el agua hasta el cuello mientras les dé la gana. Aunque sobre este particular podemos ser optimistas y albergar esperanzas, a juzgar por ciertos pasos que se están dando en Alemania. Entre ellos, el acuerdo entre democristianos y socialdemócratas, que, de seguro, dará lugar a medidas que reactivarán la demanda interna de la economía alemana e indirectamente redundarán en beneficio de los estados vecinos.
A estas alturas de la crisis –¿o quizá debiéramos decir de la poscrisis?– una de las conclusiones que podemos extraer en lo que se refiere a España es que las medidas anticíclicas no valieron de mucho –supongo que otro gallo nos habría cantado si desde la UE se hubieran inclinado por la labor– y las procíclicas, muchísimo menos. A los datos no hay más que remitirse.
Por fin vamos a crecer. Una minucia, pero crecimiento a fin de cuentas. Lo malo es que lo vamos a hacer a un precio excesivamente alto. Y todo por cumplir o acercarnos al puñetero déficit del 3 por ciento impuesto por un  pacto de estabilidad que pretende ser un remedo de lo que debería ser una unión económica en toda regla.
No se trata de crecer a cualquier precio. Los países del sureste asiático también lo hacen, pero se parecen poco a la Europa de la que hasta hace poco nos vanagloriábamos y que en su día nos vendieron.

http://www.jaortega.es

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