Eutopía

¿Te acuerdas?

Así, cuando no tenemos a qué asirnos, nos hace ser conscientes de un sufrimiento, que se resiste a abandonar nuestras horas, de esos miedos que no cesan de asustarse ante su propio reflejo

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“Escóndeme que el mundo no me adivine”…así, como este verso, se resguarda, tras el seudónimo de Gabriela Mistral, la Premio Nóbel de Literatura, Lucila Godoy. En un mes de abril, nació esta feminista y escritora, que ensalzó con su trayectoria vital y profesional, su tierra chilena. Fue pedagoga y desempeñó cargos de representación diplomática, pero será su biografía personal, la que aún despierta la necesidad de conocerla en las facetas más cercanas. A pesar de los años, es imposible no detenerse en la hondura de sus poemas, capaces de dibujar con los pinceles de la genialidad, los sentimientos más humanos, más cotidianos…esos de quienes, seguramente, ninguna persona ha podido evadirse, ni renunciar, aún sabiendo que siempre conllevan, en sus idas y venidas, tupidas cortinas de luces y nieblas. Como esa traducción del amor-deseo, encarnados en el acto del beso: “¿Te acuerdas del primero…? Indefinible. Yo te enseñé a besar: los besos fríos son de impasible corazón de roca. Yo te enseñé a besar con besos míos, inventados por mí, para tu boca” aquellos que en “los labios dejan huellas como un campo de sol entre dos hielos”. O cuando nos rompemos, cuando sólo la memoria acampa triunfante en todos los rincones del pensamiento, porque la ausencia impuso su tiranía, y la fractura separó los caminos: “Se va de ti mi cuerpo gota a gota [...] Me voy de ti con vigilia y sueño y en tu recuerdo más fiel ya me borro”. Desde sus inicios poéticos, recreó la muerte, coronándola como esa desolación indeleble que la cercaba, arrebatándole lo más preciado: “El viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido y quiebra, como un cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir intensos ocasos doloridos”…Así, cuando no tenemos a qué asirnos, nos hace ser conscientes de un sufrimiento, que se resiste a abandonar nuestras horas, de esos miedos que no cesan de asustarse ante su propio reflejo, de ese nombre acallado que proclama ser liberado al mundo, aunque para ello, se difumine finalmente en el olvido: “Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi  casa, siempre como el destino que ni mengua ni pasa…” Pero por otro lado, canta a la existencia, a la vivencia sin matices, a las emociones trascendentes que abrazan la diversidad corpórea. Proclama, sin perder la inocencia del primer encuentro, la esencia de ser cómplice y “aliada” como fórmula para descubrir la  belleza de un mundo, que se empeña en mostrarnos, su faz dolorosa. Comparte, su amor protegido de coordenadas e imposiciones, ese que va de la mano de la Esperanza,  y que confía plenamente en sus fortalezas: “Te espero sin plazo ni tiempo. No temas noche, neblina y aguacero. Acude con sendero o sin sendero. Llámame a donde tú eres, alma mía, y marcha recto hacia mi…”…Inconmensurable, el legado de Gabriela.

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