En España hay gente, pueblo y ciudadanos de todas las clases. En España hay de todo: corruptos, incorruptibles, sinvergüenzas y honrados. En España hay mentirosos, buena gente, golfos y personas íntegras. Y todos ellos se reparten por igual entre los partidos, albañiles, cofradías, sindicatos, parados, familias, asociaciones, universitarios, camareros, Casa Real y funcionarios.
La lista puede ser interminable tanto de desprendidos como de depredadores, aunque sólo los segundos son noticia. Quien dude de que la buena y mala hierba se reparte equitativamente en todas las actividades humanas y en todos los grupos de personas no sabe en el mundo que vive. Es la condición humana.
Distinto es que en todo aquello que afecta a la actividad pública y al dinero de todos se establezcan todos los controles posibles y los imposibles para evitar que los desalmados se puedan comportar como tales. Richard Price es absolutamente elocuente: «Nada requiere tanta vigilancia como el poder». Y decía también a principios del siglo XVIII John Trenchard : «Sólo los controles a que se somete a los magistrados hacen a las naciones libres; y sólo la carencia de ellos las hace esclavas». Esto es un programa de gobierno aún hoy.
Ha estado Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos en Sevilla y ha podido exponer algo de su ideario, pero no lo ha hecho. Ha dado sin embargo un giro de tuerca por partida doble en su estrategia electoral: Declaraciones programáticas en un periódico nacional: “A quien piensa que con izquierda y derecha se puede entender el espacio político de nuestro país nosotros decimos que es un juego de trileros” y una frase que tendrá consecuencias en el futuro panorama político español y andaluz: “Hay que echar a esta gentuza”, ha dicho refiriéndose únicamente a los socialistas de Andalucía.
Gentuza es según la Real Academia: Grupo o tipo de gente que es considerada despreciable. Grupo de gente socialmente marginal. Así definió a los miles de representantes socialistas de nuestra tierra. En la política española nadie se espanta de casi nada, pero el desprecio a las ideologías –a todas- y la estigmatización de las personas tiene un nombre. Es el “A por ellos” que destruyó hace pocos años todavía a Europa y que enfrentó a los habitantes de España en tantas ocasiones y todas acabaron en desgracias. Mal camino. Mucho rencor, mucho odio larvado y torcida visceralidad. Hay motivos sobrados para criticar, para cambiar, para proponer cosas nuevas. Pero para aproximarse al enfrentamiento civil sobra todo.
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