El Loco de la salina

Ayer fui andaluz

Si nuestro mejor poeta cría malvas en tierra extraña ante la pasividad de sus paisanos, dígame usted qué será de nuestras cenizas una vez que pasemos al otro mundo.

Lo que pasa es que nuestra memoria es más frágil de lo que nos podemos imaginar. Ayer celebramos por todo lo alto eso de ser andaluz. Nos pusimos arregladitos, respiramos hondo la maravillosa mañana y nos lanzamos a la calle a ver qué había por ahí. Y nos encontramos que lo mismo sonaba a bombo y platillo una marcha procesional en la calle de los muertos, que se entonaban a golpe de guitarra coplas de Carnaval en la Plaza del Rey.

Mientras los bares se iban llenando de personal dominguero ávido de cerveza y solecito, se alternaban los sones lúgubres de la Semana Santa con el pasodoble de Raza Mora a Caparrós y con los cuplés más atrevidos. Todo mezclado y para todos los gustos. Y todos contentos. Al mismo tiempo la obra de la calle Real daba un respiro y se paraba de momento para asistir al espectáculo de un día sin losas que cortar ni polvo que levantar. Cuaresma y Carnaval en un pañuelo. Así somos y nos tendrían que parir de nuevo para ser de otra manera.

Pero no han pasado ni veinticuatro horas y ya nos hemos olvidado del tema que nos ocupaba. Tenemos otra vez por delante 364 días para ser otra cosa. Sin embargo yo creo que ser andaluz es mucho más que cantar el himno de Blas Infante una vez al año y algunos encima desafinando. Ser andaluz no es solamente cantar eso de de levantáos para a continuación acostarnos y coger el más plácido de los sueños. Ser andaluz es mucho más que decir cilla en lugar de silla. Ser andaluz es muchísimo más que cantar flamenco, ir a los toros o arrancarse por sevillanas.

Hay cosas que los andaluces debiéramos sentir como puñales que se clavan en nuestro corazón sabiendo además que no hay quien tenga cohones (así lo pronunciamos) de arreglar la cosa. Y pongo como simple ejemplo la vergüenza que debiera darnos el hecho de que el mejor poeta que ha parido esta tierra (léase España y léase Antonio Machado) siga enterrado en Colliure, pueblecito francés que guarda sus cenizas como oro en paño, cuando estas debieran haber estado hace mucho tiempo depositadas en Andalucía, por más señas en el patio de Sevilla y a los pies del limonero que contempló su infancia.

El pasado domingo se celebró otro aniversario más de su muerte (falleció el 22 de febrero de 1939). Pues otra vez como si nada. Si nuestro mejor poeta cría malvas en tierra extraña ante la pasividad de sus paisanos, dígame usted qué será de nuestras cenizas una vez que pasemos al otro mundo. Decía Machado eso de “Españolito, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón” Y yo creo que a Antonio le siguen helando su alma inmortal las dos Españas a la vez. No es normal que este inigualable poeta no esté ya en casa y que por no haber caído bien a la dictadura de Franco (y viceversa) hubiera tenido que atravesar la frontera de Francia a pie para ir a morirse al extranjero.

¿Dónde están los progresistas que no luchan por honrar a sus más célebres personajes a sabiendas de que estos, por ser fieles a sus ideas demócratas, sufrieron en sus propias carnes el humillante destierro y la soledad en una tierra extraña? ¿No hay quien intente al menos devolver a Andalucía lo que le pertenece por derecho propio?

Ya sabemos que los franceses son muy suyos, pero es que nosotros debemos también aprender a ser muy nuestros y muy enamorados de nuestra propia gente. Por otra parte, es una señal inequívoca de falta de interés y de cultura el que ningún partido, que yo sepa, haya prometido en su programa traer los restos de Antonio Machado a su Andalucía. Aunque no nos lo vamos a creer, todavía los políticos están a tiempo de prometerlo en un rincón de sus programas. En fin, si nos da igual que uno de nuestros grandes hombres siga enterrado en el extranjero, es que los andaluces hemos perdido definitivamente el orgullo de ser andaluz.

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