El Loco de la salina

Felicidades

A pesar de todo y desde este rincón tan corrompido como querido, sus padres le desean muchas cosas buenas en el futuro.

Un buen día, a sus veintidós años les dijo a sus padres que las Matemáticas que estaba estudiando en Granada no acababan de llenarle y que se pensaba marchar al extranjero dándole otro sentido a su vida. La sorpresa para ellos fue grande, pero, entre lo que pudieran sentir y lo que el hijo quería, optaron por facilitar los deseos de su hijo.

Así que se fue a Edimburgo (Escocia). No dominaba ni mucho menos el inglés, sino que más bien sus notas de ese idioma en el Instituto eran más bien bajitas. Sus padres no acababan de entender ni que lo dejara todo, ni que se marchara a Inglaterra sin conocer bien el inglés, ni que se fuera solo sin un grupo de amigos españoles, ni que dejara de pronto La Isla con lo que esta tierra tira cuando uno está fuera. Los primeros días en Edimburgo se quedan para él.

Sus padres se enteraron más tarde de que tuvo que fregar platos, aguantar impertinencias, comer poco y mal, soportar a jefes insoportables…Los días pasaron como la vida misma. Sus padres fueron a verlo a Edimburgo y a ayudarlo en lo que podían. Poco a poco fue pasando a posiciones mejores y consecuentemente a mejores condiciones de vida. Al año siguiente se fue a Londres. Allí también trabajó en lo que pudo siempre con ánimo de superarse. Fue dependiente en tiendas de ropa y también llevó las cuentas de pequeñas empresas.

Conoció a Julie en la estación Victoria de Londres y ella le sirvió de apoyo constante y de ánimos para seguir superándose. Un día, en ese afán que siempre tuvo de comerse el mundo, se dirigió a Greenwich y decidió estudiar la carrera de Empresariales. No conforme con su situación envió su currículum al Ayuntamiento de Londres y después de muchas entrevistas lo seleccionaron para trabajar en el segundo Distrito más grande de la capital británica. No miraron tanto los estudios en los que había perseverado, sino el ansia de superación que tenía.

Los ingleses, de los que siempre estuvo rodeado, valoraron mucho su inquietud y premiaron su esfuerzo facilitando el que por las tardes se trasladara a la universidad a estudiar. Terminó lo que allí se llama International Business y se licenció. Ya de funcionario con plaza definitiva en el Ayuntamiento se especializó en programas financieros y permaneció en Londres durante varios años más trabajando en lo que le gustaba.

A esas alturas ya el inglés no tenía secretos para él. Sacó su pasaporte británico y no desaprovechó nunca la oportunidad de viajar y de conocer mundo. Pasado ese tiempo, llegó otra oportunidad y consiguieron los dos un mejor trabajo en Australia. Atrás dejaron su añorado Londres y se dirigieron al otro lado del mundo sin importarle dejar su trabajo definitivo ni a Julie el suyo. Ya llevan un año en Australia y son incluso más felices que lo fueron en Londres. La ciudad en la que viven tiene playa y río. Se parece mucho a Cádiz y las temperaturas siempre son altas. Ahora es allí primavera y, cuando estemos aquí en Navidades, allí será pleno verano.

Pero hoy se ha parado a pensar que mañana va a cumplir 37 años. Echa la vista atrás y contempla el duro camino que ha tenido que recorrer para hoy vivir mejor. La necesidad, que es la madre de todas las virtudes, lo llevó de la mano desde Edimburgo hasta Australia. Sin embargo, como buen gaditano, sueña con volver algún día. Mañana lunes es un día feliz para él y también feliz para sus padres porque él es feliz.

En Australia sigue luchando por prosperar, aunque envidia la suerte del que no tiene por qué sufrir tanto para abrirse camino en la vida. Pero lo hecho, hecho está. Mira desde tan lejos esta España de nuestros pecados y, acostumbrado a un estilo de vida en el que los ciudadanos son responsables de sus actos, no alcanza a comprender la corrupción que aquí se está produciendo a todos los niveles. A pesar de todo y desde este rincón tan corrompido como querido, sus padres le desean muchas cosas buenas en el futuro. Felicidades, hijo.

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