El Loco de la salina

A mi hermano Jesús

Ha muerto mi hermano Jesús. La muerte no le dio ninguna oportunidad; lo asaltó de pronto y sin avisar el pasado jueves en su consulta de Alcalá de los Gazules con su maldita guadaña.

Ha muerto mi hermano Jesús. La muerte no le dio ninguna oportunidad; lo asaltó de pronto y sin avisar el pasado jueves en su consulta de Alcalá de los Gazules con su maldita guadaña, dejando tirado en el camino un montón de proyectos y de deseos de felicidad. Tengo el alma muy triste, porque junto con un gran hermano y con un gran médico se ha ido un gran hombre.

Jesús Melero Mora, quiero que estas líneas, dedicadas a ti de corazón, se queden aquí impresas, no para lamentar tu ausencia, sino para que sirvan de consuelo, si son capaces, a tu mujer Mari Paz y de guía a tu hijo Juanito. Porque le aseguro que su padre fue un hombre excepcional. Y no lo digo ahora movido por el dulce recuerdo de quien se marchó para siempre y ya es un pozo sin fondo en el que se pueden depositar palabras tan impresionantes como inútiles.

Ya hace tiempo me lo decían aquí en las calles de La Isla muchos pacientes cañaíllas. A todos les llamaba la atención no solamente lo que Jesús sabía de medicina, sino también el trato cariñoso y atento que tu padre les daba desde que ponían un pie en su consulta. Cuando el jueves dormía su muerte cerebral y la esperanza se nos iba escapando por las sábanas, cuando nadie podía hacer nada por él, entró en la UCI uno de sus compañeros médicos de Alcalá de los Gazules y a mí sus palabras me dejaron muy emocionado.

Aseguró que no le movía en ese momento ningún impulso de alabanza, ni tenía por qué inventarse nada, pero que a él le preguntaron un día algo sorprendente: que de dónde había salido este hombre. Tu padre era servicial y generoso hasta el extremo. Dominaba el equilibrio entre la broma y lo serio, entre lo surrealista y lo esperable. Se le llenaba la boca con la palabra “fantástico”, si le llegabas con algo positivo. Escucharlo contar historias era lo más divertido que te podía pasar.

Esos gestos tan sencillos de atender a la gente con una sonrisa en la cara, de escuchar al enfermo, de preocuparse por su problema, de preguntar por sus familiares, de ofrecer una silla con toda la simpatía del mundo, de tomarse la vida con una alegría y un humor desbordante…caracterizaban a Jesús. Como en todas las profesiones, hay médicos buenos y médicos malos. Pero nunca he podido comprender a esos médicos, sean sabios o no, que tratan a las personas de mala manera como si fueran trozos de carne. Deberían dedicarse a otras labores, porque todavía no se han enterado de que el enfermo necesita ante todo comprensión y ayuda, aparte de conocimientos. E

so lo entendió tu padre a la perfección y lo llevaba a la práctica diariamente. Medicina verdadera y solidaria. Lee ahora con mayor atención, como yo lo he hecho muchas mañanas, los escritos que tu padre volcaba frecuentemente en Facebook y podrás percibir en los comentarios el dolor tan profundo que su muerte ha generado no solamente en su entorno familiar, sino también en tantos españoles, argentinos, mejicanos, chilenos…con los que conversaba a diario y que lo consideraban como un maestro, como un hermano, como un hombre integral, como un cachondo mental lleno de pasión y sentido.

“Esto es una putada, Jesús”, se lamenta uno de sus mejores amigos. Pero, Juanito, además tu padre ha dado la última lección que un hombre le puede dar a su hijo. No conforme con haber curado y aliviado el dolor de tanta gente, ha donado sus órganos, porque tu madre ha querido que se cumpla su deseo de siempre. Pudimos ver esa noche cómo se ultimaban los preparativos para hacer que sus riñones, sus pulmones, su hígado…salieran con rapidez hacia distintos puntos de España para dar vida a gente desesperada. Su corazón iba para el País Vasco, pero era demasiado grande y al parecer no se ha podido trasplantar. Eso ocurre cuando se tiene el corazón demasiado grande como lo tenía tu padre. Un besito.

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