Impaciencia

Este planeta no ha terminado de enfriarse y ya en su interior se agita la incertidumbre.

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Todo se pone en solfa en estos tiempos. Este hombre del momento es tan impaciente que intenta arreglar cuanto cae a su alcance aunque sea un problema inmemorial. ¿A qué se debe esta prisa por poner todo a punto? ¿A quién esperamos? Es como si hubiéramos invitado a alguna figura a esta existencia que nos rodea y quisiéramos que lo viera todo ordenado y medido. ¿O es que hemos llegado de golpe al extremo de no aguantar más y simplemente explotamos ya in extremis como en una histeria social? Algo ocurre y yo no lo sé, pero no es normal volvernos tan descarados de repente contra lo que ha hinchado el globo de nuestra etnia hasta este mismo momento. Es descontento.
Quizás intransigencia. Estamos hartos de normas, de inventos, de subterfugios para el engaño, de la propaganda y de la mentira piadosa que nos promete paraísos al alcance de la mano pero en la realidad lejanos. Es la época de la utopía consumista salpimentada por un desengaño hiriente que se sitúa en el otro extremo: no confiamos en nada porque el paraíso artificial nos fustiga de promesas incumplidas y de sueños vanos como las pipas mal granadas. Esto se llama relatividad, no hay nada consistente a nuestro lado, y buscamos ilusión como sedientos tras el desierto hostil. ¿Para qué las verdades? Hemos llegado ya, como predicó John Dewey a la sociedad norteamericana, a una verdad de conveniencia que choca contra la integridad pero alisa la convivencia. Eso que me conviene, esa es la verdad, decía. ¿Cómo crear expectativa en el pupitre del aula para un niño que siempre se encuentra al otro lado y nos ignora? Está informado pero vacío, porque se le ha escapado el gas de su corazón infantil, si es que lo tuvo, y yace lacio como el globo desinflado.
Hemos confiado en la posesión y ordenado a las máquinas moverse para surtirnos de multitud de objetos pero de ninguna esperanza; en esa abundancia hay faltas insustituibles, entrega, amor, sacrificio, aspiración, proyecto, que componen la estructura de los hombres. Nos miramos las manos y encontramos cosas, pero el hermano por quien sufrir anda cada vez más distanciado.
¿A dónde vamos sin los hombres? ¿Qué haremos sin lucha, sin enamorarnos de la vida, sin vivir expuestos? No es posible fijar las circunstancias ni menos prevenir los riesgos. Un camino solitario con un peregrino en el ribazo que nos cuente la sucesión de los días y de las estaciones, tiene más sentido que toda la velocidad de todos los artefactos que surcan la corteza de este mundo. Este planeta no ha terminado de enfriarse y ya en su interior se agita la incertidumbre; entre tanto algunos hombres se afanan en dominar al resto de los semejantes sin poder saber hasta dónde alcanza su ventaja. No hay que esperar una convivencia pacífica, no es un manantial que brota de nuestro corazón sellado de orgullo. Hasta algunos intentan hacer tabla rasa de las normas naturales puestas para contener los impulsos agresivos y se esmeran en enfrentarse a Dios con palabra altisonante; y lo desafían y lo niegan y aseguran su fraude. Otros lo proclaman, sin Él quién nos defenderá de los poderosos, dicen, y se agitan estos días alrededor de los tronos; todo es un espectáculo sin compromiso y los que sufren siguen irredentos. Sólo la luz es capaz de vencer a las tinieblas y en el corazón del hombre brilla siempre un ascua de fe. Dejad las cosas y soplad este rescoldo. Empezad la Pascua en la luz, sólo hace falta optimismo. El corazón libre y los ojos al poniente.

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