Harto

La moderación es la gran virtud que sólo la consiguen las almas escogidas.

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El hombre común está harto del mismo espectáculo de ministriles cada día  en el desayuno tratando de ocupar el campo consciente  todavía medio dormido. Estamos hartos todos de estos servidores constituidos en dueños de nuestro día bien temprano. No se limitan a cumplir con su obligación de una manera discreta sino que a  pantalla completa pugnan por conseguir la atención de todos nosotros que nos levantamos con la guardia baja. Y nos cuentan que son los mejores, que nadie como ellos, que ni más ni menos que los contrarios que hacen esto y dejan de hacer lo otro porque son indeseables. Y así todo el día.

 

Ya está bien, yo estoy harto y me niego a desayunar con ningún político al  que no he invitado y se sienta sin disimulo a compartir momentos que son vitales para el nuevo día. Ha salido el sol, los pajarillos se mueven exultantes en las ramas de los jardines y mi espíritu está dispuesto a afrontar con optimismo un nuevo día sin problemas mayores de salud. Sentirse vivo es la razón más importante para la alegría, que conviene subrayar mientras mojamos pastas en la leche tibia. Hay gente que esto no lo tiene claro y necesitan gozar de experiencias nuevas, cada día más extremadas, de consumismo de andar ahora para acá y luego para allá en un atolondramiento más  propio de mentes vacías que de vida cuerda. Me basta con sentirme vivo y no quiero otro aliciente a mi optimismo, pero tampoco una nube que enturbie el resplandor de la vida. 

 

Pobres de los que dejan fluir al deseo porque ya nunca se sentirán saciados:   sus almas se descompondrán cada vez más y se dispersarán alejándose de ese núcleo central donde está nuestro ser en equilibrio. La moderación es la gran virtud que sólo la consiguen las almas escogidas. Sentirme vivo me llena y me sacia, estamos hechos para esto, no hay tendencia más fuerte y esto conviene exultarlo al abrir los ojos tras las tinieblas de la noche. Pero, no señor, se han instituido los desayunos de la cadena de turno y en cada uno no falta quien nos enfoca el día suplantando a lo natural. Esto se paga, ya lo estáis pagando en el sentir de las gentes, porque además algunos habéis denigrado a una ciencia noble que se llama Política.

Produce grima contemplar un debate político en el recinto serio y trascendente del Parlamento: ni un atisbo mínimo de quererse entender y de poner una pequeña colaboración en sacar adelante los problemas de este país; pero al tiempo empeñados en dejar convencido al auditorio de que es por culpa del otro. Hay momentos en que la irritación de sentirse tenido por tonto sube a la cabeza, que no al corazón, como es la cólera, que aparece como una emoción en la raíz del raciocinio. No somos tontos, señores políticos, aunque algunos, que tienen más intereses que ideales, sigan a una de las partes en cuestión haciendo más revuelto el panorama. Porque este discurso político, por no decir riña de barrio, revuelve lo peor del tejido social. Yo no sé qué dirán los demás, pero a mí, libre de intereses y en claro  compromiso con la vida, me llega como una desgracia una profesión que se vuelve indigna al renunciar a su arraigo humano; vivir es lo primero. Y tengo una observación muy seria y muy reciente: el pueblo ha pasado de vosotros con La Roja y ha aplaudido con gana a su bandera y a su Reina, porque está harto de ver erosionadas las instituciones con esta superficialidad que sólo es deseo de poder salvo excepciones. Jugáis con cosas entrañables unos y otros, no tengo a quien votar. Porque ante todo  soy hombre y me gusta vivir. Despertar a la luz. Amar al hombre.

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