De incógnito

Mitos caídos

Ni mi Elipio, al parecer, es tan buen juez, ni mi alcalde, al parecer, tan transparente, ni mis diputados autonómicos, al parecer, tan austeros...

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Ni mi Elipio, al parecer, es tan buen juez, ni mi alcalde, al parecer, tan transparente, ni mis diputados autonómicos, al parecer, tan austeros... La semana se cierra con mitos más que caídos, unos porque se dejan caer, otros porque se caen solos y otros porque alguien los empuja a que caigan solos. A estas alturas (o bajuras, según se mire) no es que yo crea mucho en los mitos y, como soy de clase media pobre de toda la vida de Dios, pues eso de las leyendas y fábulas me las tomo como un cuento y cuando se demuestre lo contrario, entonces me las creeré. ¿Que soy desconfiada? Pues sí, no lo puedo evitar; para mí el gran problema del ser humano es que es egoísta por naturaleza y, partiendo de esa base, si a uno le das la potestad de juzgar, a otro de cobrar y a otro de legislar, siempre cabe la posibilidad de que se tuerza y como hace más de un día, de un mes y de un año que ésta que les escribe tiene muy claro que lo extraño es encontrarse a alguien que mantenga el concepto de servicio público -entiéndase como el bien común- en su integridad, pues ya tenemos el cuento completo.

Esta sociedad en la que vivimos, tan dada a idealizar y a elevar a lo divino cosas que en realidad no lo son -muchas nunca lo serían, como el dinero- tiende a necesitar mitos, referentes que aunen las necesidades digamos que espirituales de sus sujetos. No es malo, probablemente sea bueno emocionalmente y descansado para la mente colectiva; seguro que la masa los necesita. Pero nunca podemos dejarnos arrastrar por ellos.  Aceptar que nos equivocamos al prejuzgar de manera positiva al mito nos hace ser menos vulnerables al choque que nos produce que haya cientos de personas acusadas en los juzgados por llevarse calentito lo que nos corresponde a todos o por no realizar su trabajo como debieran hacerlo,  perjudicándonos a todos.

Desmitifiquen las togas, las fotos con bastones de mando y los escaños con reglamentos. Piensen y desconfíen. Y desde el respeto a las leyes que nos hacen hipotéticamente iguales, exijan un comportamiento ético acorde con los cargos. Generalizarlo sería también algo más que positivo para esta sociedad en la que vivimos.

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