Cartas a Nacho

Alquilados

No deja de ser curioso cómo este invento promovido por un vasco y un catalán, lo hizo propio la ciudad y lo reconvirtió a su gusto. A nuestra manera de estar

Publicidad Ai Publicidad Ai Publicidad Ai

Cuando esta noche se enciendan las 24.000 bombillas de la portada de la Feria de Abril, durante una semana se oscurecerán los miles de problemas que nos aquejan como sociedad.

Mientras que la Semana Santa es el “ser” de la ciudad, la Feria es, sin duda, el “estar”. La primera nos acerca a nuestro yo. A lo más íntimo, y aunque sin pudor lo mostremos en las calles con hermosas creaciones de distintos oficios, en el fondo no deja de trasladarnos a nuestro círculo más interno.

Sin embargo la Feria es más una vivencia cara a la galería. No deja de ser curioso cómo este invento promovido por un vasco y un catalán, lo hizo propio la ciudad y lo reconvirtió a su gusto. A nuestra manera de estar.

Mil casetas de construcción efímera decoradas como en el imaginario colectivo se entiende que debe estar ornamentada una casa, sirven como escenario a un juego donde se presume de amistad. Nadie o casi nadie viven en casas decoradas así y la mayoría de amistades que se atienden, no se volverán a ver hasta la siguiente edición de la Feria.

Muchos la toman como un espacio único para poder entablar relaciones económicas y cerrar hipotéticos negocios. Complicada la gestión teniendo en cuenta que nuestra ciudad figura en los últimos escalones de sociedades donde se genera actividad empresarial y económica.

Desde siempre y al contrario con lo que sucede con la Semana Santa, donde una trabajadera iguala a todos, la Feria ha sido una fiesta clasista. Sólo unos pocos disfrutaban de casetas propias. Era un lugar donde los “pudientes” se hacían ver y los demás se limitaban a observar. Cuando se democratizó, las clases más poderosas seguían aún subidas a caballo y desde la altura contemplaban al resto de los mortales. Afortunadamente y obviando los problemas de tráfico interno que genera, el que quiera hoy subir a caballo y vivir esa otra feria, lo puede hacer. Sólo tiene que alquilarlo.

Al fin y al cabo eso es la Feria, una semana de alquiler. De esta manera, viviremos una vida prestada durante seis días. Un espacio efímero donde estar, un caballo alquilado y probablemente también alquilados serán los amigos que nos visiten.

Sólo serán seis días, pero esta semana servirá para vivir el resto del año con esa ilusión. Con la creencia de que fuimos parte del ombligo social. Por el momento toca disfrutarla. Olvidándonos de que todo lo que comienza hoy es efímero y dura lo que dura. El próximo lunes, cuando volvamos a la realidad, al menos podremos proclamar aquello de “que nos quiten lo bailao”.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN