NOSCE TE IPSUM

La política – que necesita del principio de unidad de lo común - se rige por un principio carente de pudor intelectual, hacer de la diferencia virtud.

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En este mundo complejo y cosmopolita la acción política se hace cada vez más fundamental, el fracaso político se deriva de la fractura moral de la sociedad. Toda sociedad ha de regirse por principios y valores que forman el conjunto de sus creencias políticas y sociales. El seguimiento de las mismas se manifiesta en su desarrollo adaptativo de ética de reflexión, o inadaptativo caso de no ser aceptadas a la luz de su propia trascendencia.

La política – que necesita del principio de unidad de lo común - se rige por un principio carente de pudor intelectual, hacer de la diferencia virtud. Pensar en aceptar este principio sin más, sería como si comparásemos a la sociedad con un gran muñeco manejable en pura dialéctica giratoria. Cada opción política busca su cohesión social interna, exagerando  las diferencias con las demás. Si por no ser recriminado por aquel que ostenta el poder en el grupo conduce a pensar, hacer o decir lo que uno no desea o simplemente callar, representa una actitud huidiza del sí mismo, actuar con voz apagada hacia el poder y con postura tensa hacia los que no lo practican, para justificar la aprendida incoherencia particular y de camino  ayudase a superar el conflicto moral de la imitación numérica.

El desarrollo adaptativo del silencio trágico entregado al uso de los poderes – Dostoievsky nos decía del deber de la persona a sentirse sin protección humana una vez que se reconoce persona -, aun leve, lleva a las personas cada vez más al refuerzo de la sumisión a otros, las consecuencias son de dos tipos: una, que normaliza la costumbre en su anormalidad y otra, que se degrada dentro de la dramática relatividad de la indignidad, y a la vez ejerce de embrión de corrupción de la opinión del grupo, tomando la dirección del sometimiento a ideas y personas que dominan a la sociedad con mayor facilidad.

En primer lugar, tienen dificultades para interpretar la realidad por falta de criterio; en segundo, quedan sujetas al apocamiento engreído del poder social. El propio grupo afronta otra diferencia entre sus seguidores: los que son y los que están. La sumisión se aprende sin darse uno cuenta, por presión de circunstancias a las que uno se somete por comodidad y que tienen una gran influencia en la propia personalidad y en el banal teatro de la vida decadente. El poder al detectar la sumisión la explota con una amabilidad excesiva utilizando la prebenda como alimento de tal manipulación a cambio de la reverencia conveniente. La actuación de las actitudes de ambos reverente y elogiado es la pura nihilidad.

No aceptar las opiniones de los que ostentan el poder presenta, a veces, graves tensiones. Excluyendo la vida como valor absoluto; la dignidad engrandece como persona humana y refuerza aquello que uno quiere hacer valer: “Expresar la opinión personal, sin ningún tipo de condición ajena”. La ética distingue lo negociable de lo no negociable, al igual que la dignidad elimina el fracaso moral, ambas generan personas con capacidades de ejercer sus propios derechos y el respeto a los derechos de los demás, crean una sociedad democrática en toda su extensión, unos hábitos de ciudadanías cuyas metas hacen valer las necesidades básicas que han de ser recogidas en los principios y valores que deben gobernar en aquellos que ostentan el poder de una sociedad.

La necesidad de conocerse es vital – NOSCE TE IPSUM -, lo contrario es ser testigo silencioso de la sagacidad por encontrar justificaciones deliberadas en el subterfugio de la mediocridad; entonces, la sociedad y la política han encontrado su fracaso moral.

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