Cae la estatua de la paz

La noticia más celebrada esta semana, tanto en los periódicos que se han hecho eco de ella como en Youtube, es la de Antonio, el niño con parálisis cerebral.

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Este sábado se ha caído, derribada por el viento, la escultura dedicada a la paz de la ciudad de Castellón, dedicada a las víctimas del terrorismo, pero dedicada a la paz, al fin y al cabo. Una obra de 29 metros de alta, dos manos sujetando palomas blancas, todo un símbolo, sencillo, directo, de lo que se quería decir.

Esta semana, el jueves, la Encuesta de Población Activa (EPA) daba a conocer el número de personas desempleadas en España, al borde de los seis millones, con todos los demás datos que se aportan en estos casos, de forma más pormenorizada, sobre el número de hogares con todos los miembros en paro o los que llevan el tiempo suficiente para dejar de cobrar las prestaciones.

Tal es así que el Gobierno se ha visto obligado a prorrogar el Plan Prepara, el pago de 420 euros a las personas que no tienen otro ingreso, o más que a las personas, a familias, que al menos van a pasar de tener que subsistir con nada- harto difícil- a tener esa ayuda que se va a mantener hasta que el paro baje del 20 por ciento.

Después de esos dos datos, fáciles de encontrar en todos los periódicos y que aparentamente no tienen nada que ver entre sí, les voy a contar un secreto de alcoba, o de redacción, para ser más exacto. Una de esas cosas que los que estamos dentro del periódico sabemos y no contamos, sino sobre las que actuamos para seguir haciendo nuestro trabajo que es, sencillamente, que la gente lea la prensa y que esté informada, única forma posible de que luego puedan decidir por boca propia. Si quieren, claro.

La gente está harta de leer noticias malas, y como el 90 por ciento de las noticias son malas, la gente está leyendo menos los periódicos, está viendo menos los telediarios y está escuchando menos los informativos de la radio. Sencillamente porque no quiere escuchar noticias malas.

La noticia más celebrada esta semana, tanto en los periódicos que se han hecho eco de ella como en Youtube, es la de Antonio, el niño con parálisis cerebral que asiste a las clases de un colegio de Camposoto, en San Fernando, posiblemente -aunque lo aseguraría categóricamente- buscando una dosis intravenosa de ternura ante tantas calamidades, corrupciones, desesperanza y miedo al futuro como existe en la sociedad que nos han construido entre unos pocos, con la aquiescencia cada cuatro años de los que aún acostumbran a visitar colegios electorales.

Mientras existan noticias como las del  niño Antonio y otras más que no tienen que ser necesariamente las amarillentas necedades del cotillero del corazón -qué injusto sobrenombre le han puesto-posiblemente se pueda guardar el equilibrio necesario para que la salud mental de una buena parte de la sociedad no se resienta hasta límites peligrosos.

El problema es que cada vez hay menos donde elegir y puede ocurir que en poco tiempo no sea una racha de viento la que tire el monumento a la paz que cada uno queremos seguir llevando en el corazón. Y en el cerebro.

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