Una feminista en la cocina

Facturas que sacan facturas

La Naturaleza es sabia, pero los metales y minerales no. Y a ellos nos encomendamos cuando queremos hacer negocio con lo que se expolia a las profundidades.    

Publicado: 31/01/2019 ·
08:59
· Actualizado: 07/02/2019 · 23:09
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Los mineros de Julen tienen cuentas pendientes, como todos los que sacan a la Tierra las entrañas por la boca. Ya saben ella es diosa y no se deja meter mano- pacíficamente- bajo las enaguas. La Naturaleza es sabia, pero los metales y minerales no. Y a ellos nos encomendamos cuando queremos hacer negocio con lo que se expolia a las profundidades.  Para ser minero hay que estar dispuesto a cruzarte con Satanás en una galería y contarle un chiste para que te deje marcharte sin llevársete el alma. Hay que ser muy valiente por muy poco sueldo, porque no hay dinero que pague la oscuridad, el peligro y el ahogo. Ahora son TT porque socorren a una criatura que tuvo la desgracia de caerse por un descubierto. Si esto fuera una película americana diríamos que son héroes, pero siempre lo han sido…De su casa y de su familia como cada uno de aquellos ( entre los nuestros) que van a trabajar dejándose los riñones, los ojos y la vida por darnos mejoría a los demás. Ya les digo que ahora les miramos cuando-antes- han hecho tanto para mejorar condiciones de trabajo, para no quedarse sin él o para no irse a un bar a llorar penas, porque esto de la minería está en demodé y cuando una cosa no rentabiliza los bolsillos llenos de entidades y organismos, ya no nos priva. Esa es la realidad, muy parecida a la del amigo fiel que solo llamamos cuando nos hace falta. Eso son los mineros… los que van a jugarse una vez más la vida, solo que ahora los vemos porque hay una criatura caída en la desgracia. Pero ya se lo digo, no es justo para nadie, pero menos para ellos.

No es justo y me enrabia hablar de esto, porque me niego a ver las noticias y sentir el cuentagotas de la amargura mientras los ranking suben las audiencias y el dinero virtual va llenando arcas. Me parece humillante que se haga caja de todo, incluso de nuestros sentimientos, sacándonoslos a flote como si fueran peces en un barril cuando quieren. Nos manipulan con amarillismo, con sucesos deleznables de los que hablan -y hablan- mientras unos padres se consumen, porque no hay mayor tortura que no saber cómo está tu hijo. Ojalá me equivoque y salga la humanidad rampante, esa que nos hace evolucionar y no comernos los unos a los otros. Ojalá ensartemos una aguja en el cielo y nos regale paz y santidad, esperanza y honradez qué buena falta nos hace. Cuánto me gustaría que el sol saliese, que los minutos y segundos no pasasen tan rápidamente, que las rocas no obstruyesen, que los mineros rescatasen y que todos – qué les den a las grandes cadenas – pudiéramos llorar de pura alegría de que los milagros sí suceden en jueves. Pero no lo sé.  Sí sé que ellos harán su trabajo, más allá de toda desesperanza, más allá del deber, de la vil plata y de su propia vida. Porque son eso, humanos.

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