Sindéresis

La escritura son horas

En la relación entre el Estado y el escritor, en comparación con cualquier otro oficio, el escritor, de nuevo, sale perdiendo.

Publicado: 10/05/2020 ·
23:39
· Actualizado: 10/05/2020 · 23:39
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

Del propio autor:

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Cuando un escritor firma un contrato con una editorial, le traspasa los derechos de explotación de su obra en distintos formatos a cambio de una participación en los beneficios. Es un concepto, por esa parte, asociativo, aunque todos sabemos que la capacidad de decisión y de comercialización de esta asociación comercial están en manos de la editorial, y también la capacidad negociadora en los contratos, a no ser que seas un escritor muy bien asentado y famoso.

 A todos los efectos prácticos, la realidad nos indica que esta asociación comercial es asimétrica, y en ella la editorial ocupa el papel de empleador y el escritor el de empleado. A todo esto se suma que lo que se cede no es tan solo el uso de un bien, sino que hablamos de un bien facturado con muchas, muchísimas horas de trabajo detrás. Escribir libros es un trabajo al que hay que echar una cantidad inmensa de tiempo, pero ese tiempo de trabajo no cotiza a efectos de desempleo ni de jubilación. En la relación entre el Estado y el escritor, en comparación con cualquier otro oficio, el escritor, de nuevo, sale perdiendo.

Hay otras actividades laborales vinculadas a la escritura, como pueden ser la redacción por encargo de artículos o manuales, pero, incluso aunque la empresa que paga, mantenga esta actividad en el tiempo de modo ininterrumpido por espacio de semanas, meses o años, el escritor que redacta para la empresa difícilmente va a ser contratado como cualquier otro trabajador. Actuará, en la inmensa mayoría de los casos, como freelance que cobra por trabajo entregado, como si esos trabajos fuesen cosas que se venden, como si no hubiese detrás de ellos una enorme cantidad de horas de trabajo. De nuevo, horas de trabajo que no cotizarán a efectos de desempleo o jubilación. Y, claro, soy consciente de que habrá otros oficios que enfrenten situaciones parecidas o incluso peores; no por eso habrá que conformarse.

En cualquier caso, quiero recalcar que no son solo los asuntos fiscal y monetario los que me impulsan a escribir esta columna. Se trata de una cuestión de implantación social, de introducir en el acerbo cultural colectivo la idea de que la escritura son horas, es un trabajo, un esfuerzo que requiere altas dosis de determinación y voluntad. Mientras este trabajo no sea tratado como tal a nivel fiscal y económico, no será tratado como tal a nivel social. Quiero cobrar mi desempleo entre obra y obra, quiero que se tenga en cuenta que una enfermedad o accidente me pueden impedir acabar lo empezado en un plazo razonable, y quiero cobrar mi jubilación cuando me llegue el momento, pero no solo eso; quiero que se entienda que cuando yo, y unos cuantos miles, nos ponemos delante del ordenador a inventar de modo ordenado y artístico, estamos trabajando.

Esto hay que aplicarlo a muchos otros oficios artísticos que tienen su plasmación en lo editorial y reprográfico, como son la corrección, la ilustración, la maquetación o la traducción. Son horas, como cuando vosotros, lectores, vais a la oficina a echar vuestras ocho o diez horas, a vuestro puesto de telemarketing, atención al cliente, restaurante, obra o almacén. Lo que hacemos es un trabajo, uno muy antiguo y muy apaleado, y creo que le va llegando el momento de ser reconocido como tal, que no lleguemos a un siglo XXI, que intenta no dejarse atrás a nadie, y se deje atrás a aquellos por los que el siglo XXI será conocido en siglos posteriores, los que llevamos el registro de las cosas que suceden o que deberían haber sucedido, de los caprichos y los hechos, a lo largo del tiempo. 

Los escritores somos currantes y, sospecho, los primeros que tenemos que darnos cuenta de ello somos los propios escritores.

 

 

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