El Loco de la salina

La gente es muy rara

Espero que al personal de los móviles también se les encienda algún día al menos una pequeña lucecita en el cerebro y vuelvan a este mundo.

Publicado: 01/12/2019 ·
21:57
· Actualizado: 01/12/2019 · 21:57
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Cada vez que vuelvo al manicomio, llego con las manos en la cabeza y las ideas dándome bandazos. Algunos locos me ven llegar, se les ponen los ojos brillantes, me preguntan qué me pasa y yo no sé qué decirles. Me pregunta también el psicólogo y me remuevo inquieto en el sofá, porque creo que no me va a entender si le digo que este mundo puede que no exista. Un día se lo dije y fue tal el bofetón que se le escapó para demostrarme que sí existe, que me hizo aterrizar de mala manera en esta dolorosa Tierra y no en otra. Otra vez le dije que la gente es muy rara y me contestó que el raro era yo. Pero es que vengo de la calle y es como si llegara de otro manicomio más grande que el mío.

El panorama ahí fuera es desolador y desalentador. El cuadro que me encuentro siempre que salgo por La Isla es feo y según el tiempo va pasando lo encuentro más feo todavía. La gente ni mira, ni habla con los demás seres humanos, sino con otros seres invisibles que deben estar al otro lado de esos pequeños y diabólicos aparatitos llamados móviles. Para colmo la única excepción es el personal que le habla al perro y le dice que no se quite el jersey que le lleva hecho a la medida, o al gato al que lleva vestidito de última moda. La gente ahí fuera no carbura bien. Unos llevan el móvil pegado a la oreja y van hablando solos consigo mismos; ellos se preguntan a sí mismos, se contestan, hacen aspavientos y se les nota en las caritas que viven en otro mundo distinto al nuestro.

Cuando pasan por mi vera, me tengo que volver, porque llega un momento en que me parece que me están hablando a mí, y no es a mí, sino a alguien que debe estar en otro planeta que no es el mío. A muchos no los coge un coche o una bicicleta de puro milagro, porque en ese mundo irreal que se fabrican no existen coches ni bicicletas. Otros muchos van sueltos de mano, porque se han preparado el artilugio, de tal modo que le hablan directamente al aire, y con sus manitas libres van pegando pinceladas sin sentido en el aire. Voy un ratito al lado de ellos y me entero de cosas raras que les deben estar pasando a otros seres lejanos que viven en las nubes.

Las cafeterías se llenan de criaturas taciturnas y silenciosas, cuyas miradas no se centran en el café humeante o en las tostadas con mantequilla, sino en la pequeña pantallita que encadena sus pupilas. Y les da igual que tengan acompañantes, porque estos también están con sus móviles ensimismados. Son gente muy rara. No hablan, no conversan, no intercambian opiniones sobre las cosas que pasan en la vida normalita de todos los días, y, aunque dicen que están conectados con las noticias más frescas del mundo, están al mismo tiempo desconectados de todo lo que se cuece a su alrededor.

Los alcaldes también se han vuelto locos de remate y, en vez de estar en lo que deben estar, se pasan las horas compitiendo a ver quién es capaz de poner más miles de luces de Navidad en la calle. Ya hay que ser gili. Espero que al personal de los móviles también se les encienda algún día al menos una pequeña lucecita en el cerebro y vuelvan a este mundo, que tendrá muchos defectos, pero que es el que hay y con el que bregamos cada amanecer.

                                                                                      

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