Mejor no acusar a nadie de impostura. Hasta la vida de los santos, que tiene su nombre bellísimo griego de hagiografía, también está llena de testimonios que tienen apariencia de verosimilitud pero no son tales. Mentiras o engaños –dice la Real Academia- con apariencia de verdad. Realidades trucadas para consumo de incautos. No hay nada más que ser conscientes de la cantidad de milagros falsos que hay y hasta el Vaticano los persigue cuando el presunto aspirante a santo no es del agrado de las autoridades eclesiásticas porque intuyen fraude. Como las apariciones a los miles de pastorcillos que en la historia se han mantenido en pie. Algunas de esas quimeras siguen vigentes hasta nuestros días, en la moderna edad de los fakenews, que son como se llaman las falsedades en esta época de las mentiras tecnológicas.
Los debates televisivos son iguales. Quién más ha denostado la Constitución y la Transición se apoya en ella con la misma fe que alzaban los jóvenes guardias rojos chinos el mítico Libro Rojo de Mao. En Pekín no se encuentran ya ni en las librerías de viejo, ni en las de libros de ocasión. Pero marcó una época. Ahora para Iglesias, el líder de Unidas Podemos, la Constitución ha cobrado la vida que le da la fe del converso. Ojalá se ponga de moda en España no sólo recitarla sino cumplirla. Parece mentira que sea hoy revolucionaria en España la obra legislativa pactada entre las derechas, el centro y las izquierdas y que vio la luz aprobada por el pueblo español, que deseaba libertad, justicia y convivencia, hace ahora cuarenta años.
Algunos quieren convertir a la Constitución en un arma arrojadiza contra las cabezas ajenas. Se presentan como constitucionalistas, pero de una Constitución parcial, a trozos. Y la Constitución es un texto completo y cerrado. Reformarla a fondo requiere consensos muy amplios y ése es el principal fracaso del momento político presente. La necesidad evidente de la reforma la tapa el partidismo. Si el de enfrente es un traidor y un felón no hay forma humana de que haya interlocución. La postura del “O todo o nada” de Rivera, Casado y Abascal califica a Pedro Sánchez casi, casi como Stefan Zweig recoge que hablaban sus contemporáneos del político francés Fouché: “Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista…”. Construyendo país. Impostura.
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