Patio de monipodio

Idiota, no

Idiotas, no. Simples. Y cobardes, será por simples. El votante necesita justificar lo votado y, aunque se le demuestre su error, defiende la estructura y leyes

La enseñanza deja huella. Todo lo que se aprende, o simplemente se escucha por vez primera, cobra en la mente una fuerza capaz de superar cualquier demostración posterior. De eso dependen el criterio en grandísima medida y su falta. La primera imagen que nos llega se mantiene (“la primera impresión es la que vale”, se decía, no sin evidente error y con la insana intención de “mantenella y no enmendalla”). Esa primera imagen provoca que todo cuanto llegue después sea rechazado, si no encaja en el estrecho marco fabricado por ella. Queda claro que así reacciona la inmensa mayoría. Las excepciones son, precisamente, las minorías que suelen ir por delante, que abren caminos, que hacen avanzar a la sociedad. Y también, y esto es lo grave, las otras minorías que, con lenguaje de y concesiones formales a la referida mayoría, aprovechan su debilidad para manipularla y someterla. Y es que la minoría concienciada, honrada, la buscadora de limpieza y bienestar general, no puede ofrecer componendas. A la otra, la que busca su propio bienestar social y económico y, sobre todo ello, su preponderancia, su liderazgo, no le importa adoptar un lenguaje cercano a las estructuras mentales creadas por una deficiente enseñanza y una manipulante y más que peligrosa propaganda.

Idiotas, no. Simples. Y cobardes, será por simples. El votante necesita justificar lo votado y, aunque se le demuestre su error, incapaz de reconocerlo, defiende la estructura y las leyes, incluso las impuestas contra su propia voluntad, basados precisamente en que “tienen mayoría” (parlamentaria, forzada por una Ley injusta que se niegan a reformar mientras les beneficie) Rectificar hace sentirse minimizados o ridículos. O corruptos, por votar a corruptos. No es normal reconocerse corrupto, incluso cuando se defiende a corruptos, con el fin de justificar  su posición anterior. Luego, hay algo más que la enseñanza o la fuerza de lo primero conocido. A ello debe sumarse la general incapacidad para desprenderse de todo egoísmo y reconocer el error y, con ello, la posibilidad de corregirlo.

Sí hay quienes rectifican, pues la gente cambia preferencias, de lo contrario mandarían siempre los mismos. Son de dos clases: y, precisamente, para que siempre manden los mismos, se inventó el bi-partidismo; simulación convincente para el simple. Esa es una clase; gente inteligente, con más ambición y menos moral que inteligencia. La otra, lamentablemente minoritaria, es la de quienes no tienen problema en reconocer posibles errores, pues eso les engrandece, les hace mejores y les autoriza a ofrecer alternativas, a conducir a los demás, pese a las zancadillas y barreras puestas por los manipuladores.

Frente a una mayoría, ya sea inculta, de bajo coeficiente o simplemente carente de información, hay dos ofertas pero no son siglas ni colores. La de las siglas y colores, contemporizadora, busca la debilidad del votante para aprovecharla en su beneficio, si es necesario agrandándola. La otra, la honrada, intenta fortalecerle haciéndolo más consciente, para que, en el conocimiento pleno de sus derechos y posibilidades, en vez de dejarse llevar, pueda delegar conscientemente. 

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