Mucha gente la tiene. Unos por ahorrarse los quince euros del libro o del CD. ¿Qué sería de las multinacionales si se pudiera copiar el chocolate, el refresco o la bebida? Sigan tranquilos. De momento no hay máquinas clonadoras para esos menesteres. Ni aparecerán, porque ese día desaparecería el capitalismo. Y la comida: no habría trabajo, ni dinero para comprar ni mantener esas quiméricas máquinas.
No obstante, sigue la pasión. Una buena señora decide firmar un libro escrito por un buen señor, pero -será por los años de perdón- para el señor crear es un engorro. Y decide copiar. Sin compasión. Pecado doble, porque encima pensaba que el resto del mundo es idiota y no se le iba a descubrir. Las televisiones reciben proyectos, rechazados para ser recuperados en temporadas siguientes, sin contar con el creativo, porque basta con cambiar unos pequeños detalles para auto-adjudicárselos. Y así sucesivamente.
En definitiva, la copia es la más cruel muestra de la falta de creatividad del copión (o la copiona, no se me vayan a enfadar las feministas por “ningunearlas” ¿a quien podrá gustarle el término? Pues ya no se ignora a la gente. Ese es otro tema digno. De ser tenido en cuenta y mandar a más de uno (y de una) a la cárcel de papel. Y hasta a la otra). Esta es la copia de referencia hoy, en el presente artículo; la que sólo e innecesariamente denota la ausencia de creatividad del cerebro plano del copión (o la copiona, ya se sabe).
En Viena se recibe al año Nuevo con un hermoso Concierto, que ha ganado fama mundial, retransmitido por decenas de televisiones y seguido por millones de personas. Suele empezar por una pieza humorística –austríaca-; una cachucha ó polka, normalmente. Pero luego toma cuerpo, se pone serio, también a la austriaca y se llena de música. Austríaca, por supuesto. Austria goza de una tradición musical y de unas composiciones reconocidas internacionalmente. Igual que Andalucía, que no es sólo el caballo (andaluz, por supuesto) lo que nos une, en la originalidad. Porque el caballo vienés no está copiado. Afortunadamente, todavía no existe la máquina de clonar. El caballo andaluz, en Viena, está adoptado; lo cual es muestra del buen gusto con que actúan los artistas austríacos. Se adopta un animal, creado por otros creadores. La música se crea.
No es creativo, en cambio, ofrecer un Concierto de Año Nuevo mal copiado de los ofrecidos cada enero en Viena. Menos aún, un concierto lleno de cachuchas y polkas, como si el público sevillano al que se ofrece fuera capaz de entender otra música. Y como si no hubiera música en Andalucía para llenar un concierto. Cuando ciertos compositores de zarzuela quisieron justificar su menor capacidad artística, echaron la culpa al pueblo, acusándole de “no ser capaz de entender la ópera”. Parece que el Concierto sevillano repite la atrocidad con su repetición “en grado menor” de una parte del vienés. Albéniz, Alejandro, Castillo, Chueca, Correa de Arauxo, Eslava, Falla, Font de Anta, Guerrero, Granados, Jiménez, Morales, Sanlúcar, Turina, Sarasate, Villa Lobos, Zayas y unos cuantos más, podrían sufrir infarto súbito, al ver cómo se ignora (¿o hay que decir “ningunea”?) su música y se menosprecia el sentido melódico de los sevillanos. Lo que hay que ver (oír).
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