Patio de monipodio

Manos (muy) largas

Decía el crítico (criticón sería elevarle, pues recuerda a Gracián), “…ahora son patrimonio de toda España…” lo que da pie a la pregunta: en su tierra ¿no es patrimonio de España? ¿O insinúa que Andalucía no es España?

La aparición del libro “Grandes infamias en la Historia de Andalucía” (Almuzara, 2006), fue recibido por un periódico de empresa andaluza, con un sonoro aguijón: el crítico, incapaz de leer un libro completo, guiado tan sólo por un suelto de agencia, afeaba al autor que pidiera (entre otras cosas que la no lectura ignora) la vuelta a Sevilla de los leones instalados en la puerta del Congreso, en la Carrera de San Jerónimo. Decía el crítico (criticón sería elevarle, pues recuerda a Gracián), “…ahora son patrimonio de toda España…” lo que da pie a la pregunta: en su tierra ¿no es patrimonio de España? ¿O insinúa que Andalucía no es España?

Por la boca muere el pez. ¡Ay! los irresponsables apologistas. Y algunos por las manos, por tener las manos tan largas. Podrían decir, no sin orgullo centralista, “en el Prado se entra, pero no se sale”. Hablando de obras de arte, claro, que allí no secuestran a nadie. A ningún humano. Obras de arte, cuantas pueden. Cuando el Alcalde Rojas-Marcos se negó a que el Tesoro de El Carambolo saliera de Sevilla, razón tenía. Que mucha gente se acuerda de Santa Rita cuando les viene bien. Cuando les conviene.
 

El cuadro de La Inmaculada de Murillo (conocido en París por “La Inmaculada de Schultz”) salió de Sevilla junto a otras noventa y ocho obras de arte robadas por el Mariscal de difícil pronunciación. Un acto de guerra, no declarada, en la que las tropas napoleónicas venían “a poner orden” (hay que ver, los americanos no han inventado nada). Menudo orden: desde Bailén a El Puerto de Santa María fueron cayendo de los vencidos bolsillos objetos robados en Córdoba, Sevilla, Jaén y poblaciones intermedias.
 

El cuadro de La Inmaculada, única obra recuperada de todas las que el ejército invasor sacó de Andalucía, pudo volver por decisión personal del Mariscal Pètain. Pero, pese a todas las tonterías que se han divulgado para justificar su mantenimiento en el Museo madrileño, Pètain fue convencido por el abogado Pedro Ruiz-Berdejo y por la voz de Juanita Reina, que se prestó a cantar para él. La copla andaluza reblandeció al viejo dictador que cumplió su promesa y devolvió el cuadro. Pudo; el cuadro pudo volver pero no volvió. Porque en el camino de vuelta “recaló” en el Museo de El Prado. Y allí continúa, salvo el breve paréntesis expositivo que lo ha llevado a su emplazamiento original, en el Hospital de Venerables Sacerdotes, hoy Museo de la Fundación Focus.
 

El Prado tiene una de las grandes colecciones europeas de arte, por expresa voluntad de los sucesivos monarcas que, desde Carlos III (con razón llamado “mejor alcalde de Madrid), han laborado para su engrandecimiento, a costa de otros a quienes se ha detraído contenidos. Y eso, se mire como se mira, incluso a pesar de mi tan enrevesado crítico, se llama centralismo. Ahora el cuadro está en Sevilla. Temporalmente ha vuelto a su emplazamiento original. Focus estaría en su perfecto derecho de negarse a devolverlo, pues ya sabemos la de años de perdón de que gozaría. Pero mejor que no haga falta. Sí hace falta que la Junta de Andalucía sea un poco menos cicatera con Sevilla, que el Ayuntamiento espabile de la morriña “tsé-tsé” que sufre desde hace año y medio, que el pueblo de Sevilla reclame lo que le pertenece, y que El Prado, de buena voluntad ú obligado por las autoridades que tengan autoridad, nos lo devuelva. Con o sin aguijones, es así de simple.

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