La constancia latidora del amor se asoma también a estas páginas de nieblas y nostalgias; y con ferviente ardor la ternura se alza sobre las repentinas sombras que una vez poblaron su existencia. Así, asida a un sobrio discurso, Lydia Zárate conforma un atlas de la conciencia íntima que destaca por su música traslúcida y emocionada: “Te mezo tendida,/ desde las letras con que tropieza mi voz,/ desde mis lunas de cartón,/ desde el tejado sin sus huellas,/ sin sus girasoles tristes”.
En “Dos pasillos” (Huerga y Fierro Editores. Madrid, 2009), Teresa Agustín (Teruel, 1969), traza con aromas de remembranza un hondo itinerario de las deshoras del corazón: “…es el desasosiego del ser niña con una mirada en contrapunto/ lo que me hace admitir, y no comprender, la vida”.
De ese desencanto vital también se contagia al lector, que asiste a un lento desfile de imágenes e hilos de luz que se acomodan entre los párpados del cómplice invierno. Como si de ráfagas de un frío denso y obstinado se tratara, la poetisa turolense va desgranando con verbo preciso y sugeridor su personal melancolía: “Tantas veces, tantas despedidas, tantas veces/ adelantando el dolor a la llegada (…) Tantas veces, tantas despedidas, tantas veces/ aprendiendo el sonido de tu propio nombre/ sólo el sonido para suspenderlo en el viento/ infinito, donde ahora duermes tu vida”.
Al cabo, un poemario de vuelo lúcido y verbo nevado, dador de realidades y promesas olvidadas, de antiguas certidumbres y remotos perdones, donde resuena desde los adentros “el tintineo inquieto de las palabras”. Y del tiempo vivido.
En el mismo sello editorial, Beatriz Blanco (Madrid, 1954) da al luz “Poemas del día siguiente”. La escritora madrileña, con una amplia obra ya publicada, arriesga en esta entrega al penetrar en un territorio donde el verso se torna manierista y el mensaje ulterior se encripta: “Morder las sábanas./ Los labios que tropiezan con el no./ Hombres con aproximación de pájaro./ La sonrisa al sur del sufrimiento./ pasos desnudos sobre la madera./ Azul invasor”.
En su prefacio, Olivier Sterckx de Pessemier afirma que “Los poemas del día siguiente preservan una palabra sin nunca desvelarla. Y esa palabra existe, la esconde el azogue de un espejo con sílabas de perfecta cortesía”. En efecto, de ese reflejo que circunda el universo de Beatriz Blanco, surgen, en ocasiones, los textos más impactantes del conjunto, y en los que se adivina una profunda pulsión lírica: “Si un alga queda pegada a tu piel, alguien ha empezado a amarte”.
En suma, un trío femenino de variado y sugerente trino
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