Notas de un lector

Peter Handke, poeta

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La obra narrativa de Peter Handke (Griffen, Austria, 1942) alcanzó amplio eco en España a través de títulos tan destacados como “Carta breve para un largo adiós”, “El miedo del portero ante el penalty, “La mujer zurda”, etc. En 1991, la editorial Lumen daba a la luz “Poema a la duración”, que en versión de Eustaquio Barjau, nos invitaba a “despertar al nuevo sentido del tiempo que depara el amor”.


Aunque su intensa labor como ensayista, dramaturgo, director de cine…, haya “marginado” su tarea lírica, el autor austriaco se ha mantenido fiel a la poesía desde sus inicios literarios. Tras un largo período en el que afirmara “no ser un poeta” y rechazase reunir esta compilación que me ocupa, en 2007 accedió a publicar sus cuatro poemarios escritos en “Leben ohne Poesie”. Ahora, “Vivir sin poesía” (Bartleby Editores. Madrid, 2009), nos llega con traducción y prólogo de Sandra Santana en un volumen que, a pesar de sus casi seiscientas páginas, resulta ligero y conciliador.

Con “El mundo interior del mundo exterior del mundo interior”, Peter Handke iniciaba su andadura al par de un verso heterogéneo y rebelde. Apoyado en los límites extremos del lenguaje, su pulso lírico jugueteaba con un singular vanguardismo donde cabía el mayor número de significados posibles. Handke exprime la palabra hasta convertirla en un objeto moldeable, capaz de emitir cualquier mensaje: simple o cifrado, lúdico o críptico. En estos treinta y ocho poemas está la esencia de su sentir literario juvenil y el germen de su posterior creación: “Donde debería estar el límite de las palabras comienza a arder el follaje en los bordes, y las palabras se retuercen sobre sí mismas de modo infinitamente lento”.

En “El fin del deambular” (1977), su fogosidad lingüística y su inquietud vital parecen decrecer, y su verso se remansa hasta encontrar espacio para desvestir el alma, (“Un denso aguacero, sobre la pizarra/ caen desde el tejado verticalmente/ gotas aisladas,/ la amada viene de camino,/ late el corazón”); para la ironía (“Gracias a ti,/ me llevo sin bien/ sin ti,/ desde hace tiempo”); y la reflexión (“Hacemos como si la soledad fuera un problema”).

El “Poema a la duración” es su obra cumbre. Esa “duración” bergsoniana -es decir, el tiempo de la conciencia que se contrapone al tiempo medido-, le sirve para meditar en profundidad sobre las deshoras amantes, sobre el silencio de los cuerpos, sobre las sombras que crecen en torno a la dicha y a la desventura de nuestra efímera existencia: “El poema a la duración es un poema de amor./ Trata de un flechazo/ al que siguieron después muchos flechazos (…) Ya habíamos sido uno/ antes de unirnos,/ seguimos unidos/ después de unirnos, y permanecemos así durante años,/ cadera con cadera, respiración con respiración,/ uno junto a otro”.

El último -y contradictorio- título que cierra el volumen, “Vivir sin poesía”, no hace sino confirmar, como bien afirma en su prefacio Sandra Santano, que Handke “ha sabido encontrar un modo muy personal e intenso de acercarse a la escritura por medio del verso”.
Como ha hecho la propia Santano, para resolver con acierto estas versiones al castellano, salvando los múltiples obstáculos del original.

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