Sabedor de que la palabra es la patria que mejor vela el paso de sus años, Eduardo Merino Merchán acaba de dar a la luz, “Edad propia” (Vitruvio. Madrid, 2016), su sexto poemario. Desde sus inicios, el tiempo ha sido materia temática recurrente en su quehacer, y tal vez, sea en esta obra que hoy me ocupa, en donde la voz del yo lírico acrecienta con mayor hondura la batalla contra las esquinas rotas que convocan las deshoras del hombre.
Merino Merchán convierte aquí en eco sus inquietudes y desvelos y la luz de sus versos se derrama pura y existencial frente al miedo y al desolvido; de ahí, que en el pórtico que da título al conjunto, anote: “Edad propia la que me tengo dada/ para seguir jugando al desengaño/ de vivir con las armas del pasado/ (…) Edad para sentir también/ el lado oscuro de la incertidumbre/ el paso a los caminos sin retorno”.
Mediante un decir sereno y solidario, el poeta avanza por las sendas de la memoria y regresa hasta los lugares que fueron salvación, hasta los protagonistas que nombraron el infinito amén de lo venidero. Porque sus huellas limitan con la dicha y con el lamento, con la vívida presencia de los que están y el doliente desconsuelo de los que se fueron; como puede leerse en la emocionante elegía, “Jorge que vino a casa”: “Cuánto nos has querido./ Cuánto te queremos hermano sin luz/ silencioso héroe de nuestro dolor sin término”.
Con una voz empática y sentimental, va desvelando el poeta sus deudas y sus dudas, recreando los perfiles y claroscuros que han ido amontonándose junto al corazón de sus días. La sencillez de su lenguaje no excluye los enigmas que comporta su mensaje, porque, precisamente, en la concisa sugerencia de su verbo radica su mejor virtud: “De qué color se quedará la vida/ cuando desfallecido el mar/ haya recogido mis anhelos y mi ropa/ y cerrado la maleta con recuerdos/ que ya no se sostienen”.
Dividido en tres apartados, “Edad propia”, “De las incertidumbres” y “Un palacio contra la incertidumbre”, hay en el lírico entramado de estas páginas, un hilo común que abriga la intención principal del vate madrileño: hallar entre la cromática cotidianeidad que lo sustenta, un espacio y un instante donde aprehender cuánto de balsámico anide en las raíces de la escritura: “Hoy que la vida busca su refugio/ en dóciles poemas de ternura/ para ocultar el aire de derrota/ cabe la palabra perdón (…) Y huyo para buscar refugio/ en la soledad del verso que salva”.
El lector hallará en este volumen un buen puñado de interrogantes a los que el autor no puede o no sabe contestar y, en cuyas complejas respuestas, se adivina una humana rebeldía. Porque sabe Merino Merchán que la edad es un privilegio -mas nunca una ventaja- con la que ayudarse a contemplar un destino inconcluso desde una atalaya latidora y cómplice.
Un bello poemario, al cabo, al que recomiendo asomarse desde “la claridad que impone la esperanza/ y destierra los rasgos/ de la melancolía”.
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