Notas de un lector

La senda rescatada

En esta ocasión, el poeta andaluz invita al lector a ir de la mano por las íntimas veredas por las que crecen sus bellos versos y a visitar los parajes por los que el santo derramó su palabra y sus enseñanzas

Son múltiples  y variados los lugares que hollara San Juan de la Cruz a lo largo y ancho de su peregrinar. De entre ellos, fue Jaén y su provincia uno de los que más y mejor supieron de la vida y obra del místico. En esta ciudad andaluza, se conserva uno de los dos únicos manuscritos del “Cántico espiritual”, y fue, en la jienense Úbeda, precisamente, donde el místico encontró la muerte en diciembre de 1591.-Además, en el convento de “La Peñuela” de La Carolina, halló el humilde fontivereñoen dos ocasiones paz y descanso, tras llegar hasta él perseguido y humillado-.

En esta localidad, que lo venera y le rinde culto cada año en sus fiestas patronales de finales de noviembre, se celebra el premio de poesía “La Peñuela. Homenaje a San Juan de la Cruz”, que este año ha recaído en Enrique Barrero Rodríguez por su libro “La senda rescatada”.
Este sevillano del 69, suma, pues, un título más a su ya dilatada trayectoria lírica, la cual avalan más de una decena de poemarios y un buen número de reconocimientos: “Florentino Pérez Embid, “Santa Teresa de Jesús”, “Fray Luis de León”, “Alcaraván”, Ateneo Jovellanos”…”.

     En esta ocasión, el poeta andaluz invita al lector a ir de la mano por las íntimas veredas por las que crecen sus bellos versos y a visitar los parajes por los que el santo derramó su palabra y sus enseñanzas. Este real e imaginario itinerario se inicia en Ávila con un sugeridor poema que sirve de pórtico al volumen: “Adónde te escondiste, que no alcanzo,/ ahora que van de nuevo mis sandalias/ disponiendo sus huellas/ sobre la albura exacta de la nieve/ a vislumbrar tu rostro ni tu mano/ en esta realidad que no comprende/ mi silente inocencia que regresa (…) Mientras todos me miran y mis labios/ murmuran asustados con sigilo/ una oración inquieta y expectante/ porque me siento solo y tengo miedo”.

Con la habitual maestría que atesora la cadencia de su verso, Enrique Barrero se vale de un verbo hondo, emotivo, que convierte su decir en un mapa de alta espiritualidad, de emocionada lumbre humanística. Los textos se envuelven en un inequívoco aliento biográfico sanjuanista, en los que se expresan las soledades, los temores, las desdichas…, pero también la devoción de quien amó y entregó su existencia a la pureza del alma, al amor por el prójimo y por el Señor: “Quien habrá de prestarme una cestilla/ para volver de nuevo y con atuendo/ distinto y renovado por los años/ a tocar las aldabas de las puertas/ requiriendo unos paños donde alivie/ la sangre claudicada su abandono/ cuando azuza la muerte sus mastines”.

     Estos escenarios -Medina del Campo, Salamanca, Madrid, Pastrana, Toledo, Sierra de Segura…- a los que el maestro abulense regresa tantos siglos después, son la exacta metáfora con la que Enrique Barrero quiere dejar constancia de la vigencia y la autenticidad del mensaje lírico y vital que San Juan nos legó -y que con tanta autenticidad el mismo Barrero recrea-: palabras bañadas en dulzura y amor, sentencias envueltas en sabiduría, escritos transidos de verdad.

   Un esplendido poemario, en suma, desnudo y revelador, para leer y releer despaciosamente, “mientras deshace en hebras y reflejos/ un sol agonizante/ el eterno silencio donde bebe/ su rojizo estertor el horizonte”.

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