Notas de un lector

Voces nuevas -femeninas-

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Desde que Luz María Jiménez Faro puso en marcha su colección “Torremozas” (Abril de 1982), dejó bien clara su apuesta por la poesía femenina, mas no centrada de manera exclusiva en los nombres relevantes y consagrados, sino decididamente abierta a las poetisas que iniciaban su andadura; así, el nº1 de esa colección, hoy tan prestigiada, recogía ya cuatro “nuevas voces”: Lola Dean, Pilar Monzón, Amaranta Ortega y Mari Carmen Tobajas.


Ahora, veintisiete años después, y en otro abril no menos lírico, “Torremozas” presenta ocho “voces nuevas”, en el volumen que hace ya el nº 231. Más de cinco lustros al pie de la poesía escrita por mujeres, proclaman una fe, una vocación, una entrega y una generosidad, dignas del mejor elogio.

Estamos ante la selección XXII de esta serie, que parece probar la pujanza de nuestra poesía femenina, al duplicar, respecto de aquel primer paso, los nombre elegidos. Son estos: Rosa María Arjona (Ávila), Almudena Ávalos (Madrid), Bibiana Collado (Castellón), María Paz Cerrejón (Sevilla), Cristina Daneri (Argentina), Laia López Manrique (Barcelona), Ana Vidal Egea (Cartagena, Murcia) y Maritxu Ayuso, cuyo lugar de nacimiento se omite, aunque se nos dice que reside en Barcelona. Mapa, pues, amplio y abarcador, con ese salto más allá de nuestras fronteras, si bien su protagonista viva actualmente en Madrid.

Sería muy difícil, dado el espacio de que dispongo, analizar por separado las muestras que se nos ofrecen -cuatro en cada caso- de las integrantes de este florilegio. Pero cabe señalar la utilización del verso libre como fórmula expresiva, con la sola excepción de la sevillana María Paz Cerrejón que se esfuerza por encajar en la medida y la rima cuanto su alma le dicta, y que incluso amaga el soneto en “A solas con mis versos”: “Necesito las horas calladas de la noche,/ la levedad del ser que en bruma se diluye,/ el olvido de todo lo que enmaraña el día”…, como reza, con buen son, su primer terceto.




Nadie vea en la excepción que comento discriminación positiva. El versolibrismo de sus compañeras no deja de ser menos valioso, aunque, como es lógico, su nivel cualitativo dependa, en cada una de ellas, de su formación, su experiencia y su talla poética, sin duda, evolutiva y creciente. Como bien apunta Rosa María Arjona, las palabras pueden ser “hojas caídas con vocación de pájaro”, “dardos certeros” o alfileres brutales”. Depende de quien las usa.

Quede, como ejemplo de la citada variedad de este calidoscopio femenino, un par de sugestivas muestras: “Voy a contar una breve crónica de bufanda, diadema y labios rojos;/ el abrigo negro, por supuesto,/ aunque aquella vez no llevara medias./ Euforia y languidez, extraña combinación./ Sonríeme al final de la barra y verás todo lo que soy capaz de hacer”; escribe la levantina Bibiana Collado. Mientras que la catalana Laia López Manrique, anota: “Quisiera poder amarte/ en la región devastada del lenguaje que se abre a los/ días por venir/ en el silencio del agua/ en los más desprestigiados rincones del cuerpo/ en la materia animal que cruza el llanto/ en el color de la sangre que crepita débilmente entre tus huesos…”

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