La edición, a cargo de Miguel García Posada, incluye el único poemario publicado en vida por el escritor madrileño, Crímenes y baladas (1981), además de un buen puñado de poemas que, fechados entre 2000 y 2001, vienen signados por la actualidad periodística de entonces. Se trata de un íntimo diario, donde Umbral quiso anotar los aspectos más sugerentes que le ofrecía la cotidiana realidad. El lector hallará una temática variada y variopinta, que fluctúa entre poemas dedicados a Ally Macbeal, Sharon Stone y Ana Botella…, y otros que tienen como protagonistas al presente, el dolor, la tristeza y la soledad.
“La poesía fue la gran pasión literaria de Francisco Umbral: Darío, Juan Ramón y los líricos del 27, con Neruda incluido, lo formaron y modelaron como poeta. Leyó mucha poesía, sólo publicó alguna, pero para ninguno de quienes lo frecuentábamos ha sido una sorpresa la aparición post mortem de varias carpetas conteniendo alrededor de 300 poemas”, afirma en su introducción Miguel García Posada.
Y al hilo de sus versos, se descubre esa pasión lírica que asomaba en su quehacer narrativo. Para Umbral, que sabía cómo hacer malabarismos con el lenguaje, que amaba el castellano -“Ah lengua universal,/ español de oro/ con la mota de sangre de lo nuevo”- y conjugaba con precisión los dones de nuestro idioma, la poesía era compromiso y disidencia, desnudez del verbo, aliento indomable.
A raíz de la trágica muerte de su hijo -antes de cumplir los seis años-, el carácter atrabiliario y sañudo del escritor madrileño, se agravó. Su inquebrantable duelo se hará tan largo como su resentimiento: “Sólo he vivido cinco años de mi vida. Los cinco años que vivió mi hijo. Antes y después, todo ha sido caos y crueldad”, anota en uno de sus poemas del citado Crímenes y baladas.
Mas la poesía umbraliana está salpicada, a su vez, de un halo confesional, de un aliento vivamente humano, que descubre no sólo su lado más atormentado, sino el del hombre que quiso ser, pero que nunca pudo vencer a la desgracia: “Hablo de soledad/ porque estoy solo./ Soledad es un pez que nada el tiempo (…) Soledad es un agua que no hay/ un sol que se ha dormido en los cristales (…) Hoy me he visto a mí mismo,/ fastuoso de soledad, como un mendigo”.
En estas páginas, queda también espacio para los homenajes -Picasso, Joan Miró, Juan Ramón y su Moguer, Luis Cernuda, Baudelaire…-, para sus animales favoritos -ballenas, ardillas, linces, gatos…-, para la lluvia, las rosas, el tabaco, el alcohol o la máquina de escribir (“pequeña metralleta entre mis manos”), y todo ello tamizado por un sabio ritmo métrico que intercala con destreza el verso libre.
En suma, una excelente ocasión para conocer al Umbral más personal, más hondo y más íntimo: “La tristeza ha venido/ y me golpea despacio/ como el agua golpea/ en los acantilados/. Soy un acantilado/ de muertos sucesivos/ y estoy aquí parado/ bajo una lluvia fina,/ junto al silencio frío/ del buque de la pena”. Pero en pie y resistiendo.
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