“Un solo vaso de agua alumbra el mundo”, reza el verso de Cocteau que sirve como cita y pórtico al volumen “Variaciones sobre el vaso de agua” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015).
Bajo la tutela de Andres Sánchez Robayna, esta singular compilación aúna la reflexión y la poesía: “Son materiales de la meditación ensayística que pongo al alcance del lector”, afirma Sánchez Robayna, a la hora de definir esta variada y atractiva summa literaria.
Veintidós poemas, ocho imágenes -entre cuadros y fotografías- y veinticuatro apuntes de hondo pensamiento, son los elementos que conforman esta antología, en la que poder sumergirse desde muy distintos ángulos; si bien, como apunta el antólogo en su prefacio, las instantáneas poéticas y las plásticas “ofrecen del motivo del vaso de agua versiones que se alumbran mutuamente”.
La atmósfera que envuelve al sujeto y al objeto en cuestión, determina, al cabo, el valor, la identidad y la actitud que se tome ante tal representación; es decir, que el caminante sediento v.g., que vaga por un desierto e imagina un enorme vaso de agua fresca distará muy mucho de la impresión que causa aquel otro que reposa sobre una mesa como ritual de un cotidiano almuerzo.
Desde esa variedad, pues, de ambientes y situaciones, Sánchez Robaynaanaliza los distintos signos en que puede converger tan sencillo recipiente y tan noble líquido; y así, la sed, la saciedad, la placidez, la calma, la fluidez…, van conformandoeste florilegio de síntesis visible y, a su vez, mutable.
“El aguador de Sevilla”, de Velázquez, “Vaso de agua y rosa sobre una bandeja de plata”, de Zurbarán, “Cafetera y vaso de agua”, de Jean-Siméon Chardin, “Botella y vaso sobre una mesa” y “Sifón y botellas”, de Juan Gris, “Dos vasos de agua”, de Josef Sudek, “Naturaleza muerta”, de Luis Fernández y “Vaso de agua 2”, de Iran do Espírito Santo, conforman la aportación plástica y gráfica del volumen.
En su segundo apartado, veintiún poetas dejan constancia de su lírica relación con el vaso de agua. Desde Wallace Stevens (1879 – 1955) hasta Melchor López (1965), pasando por Jorge Guillén, e.e. cummings., Joâo Cabral de Melo, Carlos Edmundo de Ory, Ángel Crespo, Nuno Júdice, etc, se suceden muy diferentes aproximaciones a este singular motivo.
En su poema, “Inscripción en un vaso”, el escritor rumano Tudor Arghezi (1880 – 1967), anota: “Cristal redondo sobre suave sombra/ el corazón eternamente en calma,/ en azuladas aguas me formé./ me congelé en carámbanos de luz”; el mexicano José Gorostiza (1901 -1973), en “Muerte sin fin”; escribe: “¿También -mejor que un lecho- para el agua/ no es un vaso el minuto incandescente/ de su maduración?”.
Por otro lado, el mozambiqueño Alberto de Lacerda (1928 – 2007), escribe: “¡Qué maravilla un vaso de agua!/ ¡Qué transparencia tan sabrosa!/ La luz penetra en nuestros labios/ como en los ojos una rosa”; la sueca Lasse Södeberg (1931): “Un vaso de agua, brisa sin un norte,/ círculo tan perfecto como el día./ Y bebes. Y en tus labios tristes luce/ ahora una humedad afortunada”.
Un libro, pues, sorpresivo y pleno de cómplices acentos, que invita a la pausada meditación y a una lectura que desentrañe los sedientos misterios que albergan sus páginas de agua.
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