Aunque soriana de nacimiento, Isabel Miguel lleva años residiendo en Madrid, donde alterna su labor docente con la literaria. Devota de las letras, ha hecho que su actividad sea contante e intensa: preside el grupoTroquel, es subdirectora de la revista “Bora” y ha publicado sus poemas y traducciones en numerosas publicaciones.
La aparición de “Desvanes mínimos / Sobrados mínimos” (Lastura Editorial. Madrid), nos acerca una sobria antología bilingüe -castellano y portugués-, que fluye acordada y latidora. Los elegíacos laberintos de la memoria, la complejidad del mañana, la franqueza con la que afrontar el presente, delimitan este espejo -este mapa- de extrema sentimentalidad, donde Isabel Miguel se mira y se reconoce al par de una inquietante desesperanza: “El tiempo se hace joven con el tiempo./ Ya no es lento su paso/ como lo fue en infancia (…) Lo que antes me sumaba,/ ahora me resta./ Un ahínco voraz/ que en su final me pierde”.
Hay en su discurso un notable afán de trasparencia, de escritura precisa y directa, sin prescindir por ello, del hálito de rebeldía que sostienen sus versos y que ponen su acento -¿su grito?- en la incertidumbre que vive el ser humano. Al par de estas premisas, crecen también los instantes donde Amor dejó su dicha, y su cicatriz: “Y no hallaste la flecha/ que indica mi camino/, ni yo acerté la esquina/ que me llevara al tuyo”.
Una compilación, al cabo, plena de empatía y de verdad, “donde duelen sin tregua las ausencias”.
Con “Noticia del asombro” (Ayuntamiento de Bujalance, Córdoba, 2014), obtuvo Ana Garrido Padilla el XXI Premio Nacional de Poesía “Poeta Mario López”. Madrileña del 66, su obra poética ha sido reconocida con muy otros diversos galardones, y desde hace años preside la Asociación Literaria Verbo Azul.
Los treinta poemas que componen el conjunto vienen envueltos por una plenitud verbal que contrasta con la pátina de desasosiego que encierra su decir: “Me han crecido las manos hasta el miedo”, escribe la autora; y entre sus dedosse derrama una nostalgia antigua, un espacio y un tiempo que ya no puede apresar sino desde su pluma: “Dejad que se me llene/ el corazón de alcobas,/ que me suba la piel por las raíces/ verdinegra y procaz,/ inevitable”.
Dividido en cinco apartados, “Pórtico”, “Deslumbramiento”, “Fragmentos de paisaje”, “La luz recuperada” y “Consumación”, el volumen viene signado por la armónica unidad que le confiere un verso modulado con exactitud y notoria musicalidad, y por el tono intimista que anida en la realidad del yo poético: “…escribo/ desnuda y sin andamios,/ mientras cuento memorias y se afilan/ las horas y los sueños”.
En su lúcido prefacio, afirma Francisco Caro que “Ana Garrido ha construido un poemario vigoroso, bello, coherente, rabiosamente humano”; y, sin duda, que acierta de pleno en su consideración, pues la poetisa madrileña ha vertebrado un libro vívido y vivido, donde las luces y las sombras de la compleja existencia se tornan legítimo lirismo, sólido cántico.
Un libro, sí, escrito a corazón abierto, sincero, doliente y solidario.
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