La editorial Lastura acaba de publicar, en sencillo y amable formato, una serie de microrrelatos firmados por doce escritores; y lo ha hecho acompañando al volumen en lengua castellana, otro donde Xavier Frías Conde ha vertido al portugués el contenido del primero, lo cual, merece el reconocimiento de autores y lectores.
En la nota de contraportada, se advierte de que la microficción es un género que ha resurgido con fuerza en la literatura del siglo XXI; motivado en parte por las prisas y la escasez de tiempo, pero también por la influencia de internet; “género -se añade- que, como un proceso natural, ya comienza a dejarse ver también en papel”. No cabe duda de que el libro que me ocupa es clara muestra de ello, pero en este sello encontramos otros (“Microhistorias para libélulas”; de Laura Frost, “Cápsulas”, de José Malvís…) ratificadores del aserto.
Uno se ha preguntado con frecuencia dónde un cuento deja de ser tal para adentrarse en el ámbito de la novela corta; dicho más claramente: ¿a partir de qué número de páginas? No creo que de manera “oficial” se haya dado una respuesta. Dilema similar podría plantearse respecto del cuento y el minicuento; mas en esa nota editorial citada se apuntan -se sugieren- unos límites: “…textos que, escritos en diez o en doscientas cincuenta palabras, encierran universos tan densos y complejos como los que puedan leerse en algunas novelas”. (Cercano a la decena de palabras, v.g, se mueve el famoso dinosaurio de Monterroso, uno de los grandes impulsores del microrrelato)
En este sentido, los autores de “Microesferas” se han ceñido, en líneas generales, a esas coordenadas. El relato más breve es “La pasión de la sangre”, de Frantz Ferentz (cinco líneas); el más extenso, el de Lydia Cotallo, “Diario de medias noches” (tres páginas). Además de éstos, y de los mencionados Frost y Malvís, se incluyen en el volumen, textos de Pilar Blázquez, Bee Borjas, Carmen Fabre, Luisa García-Ochoa, Alfonso López, Renate Mörder, Carlos Murciano y María Sangüesa.
Cabe en estas microesferas un amplio número de universos temáticos, que van de lo onírico a lo real, de lo irónico a lo macabro, de lo sorpresivo a lo ficticio…, así como una notable variedad narrativa y estilística.
Un azucarero que está convencido de ser diabético, una sombra sobre la que derraman cerveza, el retorno de Jack el destripador, un jabón superconcentrado capaz de eliminar cualquier mancha, un espejo rebelde que no quiere ser reflejo de alguien, una luciérnaga que ilumina el abismo…, se tornan y suceden como protagonistas de estas entretenidas y variopintas historias que harán disfrutar al lector, gracias, además, a la sobriedad y concisión que las aúna.
“Mi obra es una esfera de palabras que gira en busca de mi ser”, dejó anotado hace ya mas de dos siglos el suizo Hans Grapp. En busca de la verdad que circunda, al cabo, a cada escritor, están concebidos también estos microrrelatos, estos sugestivos e íntimosmicroretazos de identidades reales o no.
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