Lo que queda del día

‘Yo quiero ser conductor de autobuses’

Los conductores de los autobuses sirven de inspiración frente a las concesionarias que empujan a sus plantilas a hacerle el trabajo sucio, mientras por detrás plantean exigencias inadmisibles al Ayuntamiento, como ocurre con una de ellas

n o es que quiera serlo -conductor de autobuses-; en todo caso, optaría por el taxi, por fidelidad a los precedentes familiares, pero el hecho de que la plantilla de Urbanos Amarillos haya recibido esta semana la felicitación y el agradecimiento por su implicación en la recuperación del transporte público, les convierte en un gremio con causa, aunque no sirvan de fuente de inspiración para otras concesionarias en las que las plantillas han asumido el papel de avanzadilla de los incisivos planteamientos de las propias empresas, sin caer en la cuenta de que pueden terminar por asumir el rol de rehenes de la negociación. 
Lo de “yo quiero ser conductor de autobuses” lo cantaba Emilio Aragón en Ni en vivo ni en directo, y aunque lo hiciera para retratar el carácter compulsivo del protagonista de un sketch, la frase, aplicada al caso de Jerez, bien podría tener connotaciones reivindicativas, como el Yes we can de Barack Obama o el ¡A por ellos!  de La Roja. Porque por mucho acierto y empeño que pusiera el Ayuntamiento en proceder al rescate del servicio, de no forjarse la manifiesta complicidad con los trabajadores de la concesionaria, no se habría producido el paso adelante. Y los resultados están ahí, un mes después: más de diez mil pasajeros en días laborables, una recaudación media diaria de más de cuatro mil euros, el cien por cien de la flota a pleno rendimiento -con la itv pasada-, y sin olvidar su contribución a la reactivación de la actividad económica y comercial del centro de la ciudad a partir de la efectividad alcanzada en la prestación del servicio.


No obstante, el que los datos digan eso no supone que hayan encontrado la salvación definitiva para el transporte urbano, ni siquiera que el Consistorio tenga decidida su apuesta de futuro, la de la gestión directa que se les susurra y cuestiona; las aspiraciones municipales siguen siendo otras, aunque tampoco esté en condiciones de elegir, como puede ocurrir en el caso del servicio de ayuda a domicilio, lo que abre obligatoriamente la puerta al debate sobre la municipalización de determinados servicios, aunque, como diga Joaquín del Valle, a los concejales del PP les salgan “ronchas” cada vez que se les saca el tema a colación -“a excepción de Cirjesa”, buena apreciación también-.


Lo cierto es que después de tres meses de huelga de autobuses, los trabajadores de Urbanos Amarillos han correspondido desde el compromiso profesional y sin recibir a cambio más que la voluntad municipal de poner en cierto orden la gestión de la concesionaria y, desde los resultados, propiciar el flujo económico que hiciera posible el pago de sus nóminas y la rentabilidad del negocio. El compromiso ha ido más allá del estricto cumplimiento de sus funciones; de ahí lo de gremio con causa, de ahí lo de servir de inspiración, frente a las concesionarias que empujan a sus plantillas a hacerle el trabajo sucio, mientras por detrás plantean exigencias inadmisibles al Ayuntamiento, como está ocurriendo con una de ellas.


Pero más allá de los elogios y reconocimientos, tampoco se puede dejar pasar por alto un aspecto significativo, y es que vuelve a ser la clase trabajadora la encargada de hacer los sacrificios más duros, la que termina exprimida en función de unos objetivos, sin que nadie se atreva a plantear que haya que depurar responsabilidades entre quienes han provocado que el servicio de autobuses haya tenido que ser secuestrado o que el mismo Ayuntamiento haya terminado por acumular una deuda próxima a los mil millones de euros.

¿Acaso es razonable que se le adeuden a un trabajador cinco nóminas? ¿Cómo se soporta eso? Sencillamente, no se puede. Hace poco un conocido de la Sierra me comentó que había comprado una yegua excelente y a muy buen precio. Tan buen precio, que, inquieto, terminó por preguntarle al dueño que dónde estaba el truco. Le contestó que trabajaba en los autobuses de Jerez y que necesitaba el dinero para seguir tirando. Algún que otro fin de semana, coge la carretera para acercarse a ver a su antigua yegua. Puede que en el trayecto se siga preguntando hasta cuándo durarán los sacrificios y si un rescate de España supondrá otro nuevo bocado en los ahorros. Lo más natural, a estas alturas, sería gritar, a quien corresponda, aquello mismo que Luis Aragonés le espetó un día a un periodista: “Máteme usted, pero no mienta”.

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