Casi coincidiendo con las fechas del diario de a bordo de Cristóbal Colón camino del Descubrimiento de América, es decir desde la primera quincena de agosto al doce de octubre, tuvo lugar en la Estación de Plaza de Armas, una de las sedes del Pabellón de Sevilla en la Exposición Universal conmemorativa del Quinto Centenario de aquel singular acontecimiento, la mayor muestra de arte latinoamericano de la historia, organizada por el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MOMA) con el patrocinio de la Comisaria de la Ciudad de Sevilla, con el título “ Artistas Latinoamericanos del siglo XX. 1900-1992”.
La antigua Estación de Córdoba formaba parte de un Pabellón de Sevilla integrado “por varios de sus más nobles edificios y ámbitos urbanos donde mostrar la realidad de la propia Ciudad cargada de historia, sus tesoros, obras de arte, documentos de su pasado y su proyección al futuro.” Junto a ella figuraban el Monasterio de san Clemente, el Convento de Santa Inés, la Basílica de la Macarena, la Real Maestranza de Caballería, la santa y Metropolitana Iglesia catedral, el Real Monasterio de San Jerónimo de Buenavista y el propio Ayuntamiento de la Ciudad.
Hoy, cuando se anuncian las obras de conservación y reparación de las fachadas principales de la antigua Estación, traemos el recuerdo de aquella extraordinaria Exposición celebrada en su recinto, a cuya preparación dedicó el MOMA dos décadas y cuya andadura europea se programó en exclusiva para Sevilla y París. Un centenar de artistas del siglo XX aportaron más de cuatrocientas obras, siguiendo la idea y el desarrollo del comisario de la muestra Waldo Rasmussen, entonces director del Programa Internacional del museo, quien justificaba así la elección del “Autorretrato con mono de Frida Kahlo”, como cartel anunciador y emblema y símbolo del evento, además de su fama indudable porque “la importancia de las mujeres en el panorama artístico es mucho mayor en Latinoamérica que en otros continentes, especialmente a partir la década de los años veinte”.
Reunir las 400 obras supuso la implicación de cerca de 200 instituciones y personas, entre galerías de arte, coleccionistas públicos y privados y museos, entre ellos el propio Metropolitan de Nueva York. Desde el mismo día de su inauguración hasta la clausura, en el ambiente multicultural presente en Expo 92, esta manifestación cumbre del arte moderno latinoamericano supuso colocar a Sevilla en este campo en un lugar de privilegio de cara al futuro.
Conviene destacar el carácter didáctico del montaje, atendiendo al criterio del comisario Rasmussen: “Hemos prescindido de la idea de agrupar a los artistas por países, y las nueve secciones que forman la muestra se dividen de acuerdo con las tendencias artísticas que se han ido sucediendo a lo largo de este siglo en el continente.” A cerca de trescientos cincuenta millones de pesetas se elevó el presupuesto, de ellos doscientos con cargo a la Comisaría de la Ciudad y ciento cincuenta como aportación del MOMA.
Ante la limitación de espacio para las presentes líneas, dentro del completísimo itinerario del catálogo, nos referiremos a las tres primeras secciones de la muestra, que abarcaban “el modernismo latinoamericano, en la que se incluye el legado cubista -con obras de la primera etapa de Diego Rivera, Rafael Barradas o Tarsila do Amaral- y la herencia expresionista -Xul Solar y Lasar Segall-. A ésta le siguen una bien nutrida serie de obras enmarcadas en el realismo social, con otra dedicada a los grandes muralistas mexicanos -David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, María Izquierdo, Frida Kahlo y algunos trabajos de Diego Rivera posteriores a la revolución mexicana”. Plaza de Armas fue una sede a la altura del resto del Pabellón de la Ciudad y supuso un complemento brillante y necesario a la formidable “Magna Hispalensis” de nuestra Catedral, verdadera joya en el conjunto general de la mejor Exposición Universal de toda la historia.
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