Aunque le parezca mentira, usted que está leyendo este artículo y se declara “intolerante a las matemáticas” es en realidad un matemático consumado sin tener consciencia de ello. Usted conoce y maneja con soltura más matemáticas que algunos de los personajes que han pasado a la historia como “sabios” del ramo. Usted calcula cada día el camino más corto para ir de casa al trabajo teniendo en cuenta los semáforos, los atascos, las obras…; usted habitualmente optimiza su presupuesto para conseguir comprar el mayor número de cosas en el supermercado; usted pronostica tormenta cuando ve el cielo cubierto; usted compra lotería de Navidad porque piensa que le puede tocar; usted toma decisiones constantemente ponderando instintivamente ventajas/inconvenientes; usted espera el autobús en la parada cuadrando horarios y elucubrando cuándo llegará; usted enciende la radio con la certeza de escuchar una voz; usted disfruta con la música; usted sabe que la Tierra es redonda, que giramos alrededor del Sol, que las escuadras son ideales para colgar estanterías, que si empieza a contar nunca se le acabarán los números…
Todas estas cosas van bastante más allá de las “cuatro reglas” de sumar, restar, multiplicar y dividir. Es más, todas esas cosas son matemáticas, no simple aritmética escolar.
Alguien que come yogurt todos los días… ¿puede definirse como intolerante a la lactosa? Obviamente no. ¿Cómo entonces podemos convivir exitosamente con las matemáticas diariamente y decir “yo es que soy de Letras”? Claramente porque no tenemos ni idea de lo que significa “hacer matemáticas”. Obligados como estamos a aprender algoritmos y fórmulas desde la más tierna infancia, nos cerramos en banda para no ver su utilidad. Detrás de cada fórmula hay un sinfín de ejemplos cotidianos que las emplean y el desconocimiento de ellas nos relega a una torpe práctica de “ensayo y error”. Las fórmulas y los algoritmos aglutinan la tecnología y el progreso. Gracias a ellos nuestra vida es cómoda y eficiente. No los menospreciemos ni los repudiemos. ¡No nos estanquemos en la aritmética!
Como profesora de matemáticas y aprendiz de divulgadora, la pregunta más frecuente a la que soy sometida es “¿qué le pasa a las matemáticas que todo el mundo las odia?”. Y lo cierto es que sí les pasa algo… los docentes de esta asignatura tenemos un gran problema de marketing. No sabemos vendernos. Somos “importantes” dentro del mundo educativo, tenemos un sitio de honor en el podio de la sabiduría… nos hemos acostumbrados a este estatus de “intocables” y no necesitamos esforzarnos en enseñar a ¡ver las matemáticas!, en crear la necesidad de aprenderlas.
Y dicho esto… la ambigüedad y/o el exceso de contenidos en los temarios no permiten pararse a reflexionar; los libros de texto llenos de fotos anulan la imaginación y la creatividad; la disparidad de capacidades, intereses y predisposición al trabajo de tres docenas de estudiantes compartiendo una misma aula son un lastre para motivarlos individualmente con garantías.
Por eso la metodología es importante. Por eso creé estenmáticas, para ver las matemáticas, para conectarlas al mundo, para gradar su dificultad, para respetar los ritmos de aprendizaje, para que cada uno llegue a donde quiera llegar. Estenmáticas no vomita conceptos, los presenta secuenciados e ilustrados para enseñar por qué usamos gafas cuando nos hacemos mayores, cómo hay que tirar la pelota para meter gol, cuándo se puede ver el arcoiris, dónde hay que colocar el vaso dentro del microondas para ahorrar energía, cómo evitar a los mosquitos en las noches de verano, qué orientación es la mejor para comprarse una casa… y todo usando las matemáticas de la escuela.
Así que ¡recuerden! ¡Todavía hay esperanza! Sigan preguntando “¿para qué sirven las matemáticas?” porque alguna vez alguien los sorprenderá con la respuesta. Y manténganse alerta pues cualquiera puede “hacer matemáticas”. ¡Hasta cuando soñamos nuestro cerebro se enfrenta a problemas matemáticos!
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