Por fin, “Deo gratias”, se anuncia el comienzo de las obras de restauración de la iglesia de Santa Catalina de Sevilla después de una década de abandono y olvido. Al parecer la obra durará dos años en dos fases con un intermedio en el que los arqueólogos escarbarán la mezquita con la posibilidad de que se construya una cripta bajo el templo para su visita.
Por otra parte, diligentes albañiles intervienen sobre el enfoscado del muro sur de la capilla de Maese Rodrigo de Santaella en la Puerta de Jerez, para volverlo a enfoscar después, quedando ahora visto el ladrillo, o sea, como estaba hace diez años. O sea, esa operación consistente en restaurar lo restaurado porque no se restauró bien. En patrimonio las obras van por décadas, como en la literatura clásica, para mayor comodidad de los cronistas.
Verdaderamente singular resulta la oscura imprimación que han recibido los batientes de la Puerta del Perdón de la Catedral, obra maestra de la metalistería almohade de al-Andalus en el siglo XII en bronce fundido y cincelado, que en su tiempo fueron doradas como algunas modernas que hoy se ven en Marruecos. Parece que se ha buscado el duro contraste cromático con la fachada y el color de las esculturas de San Pedro y San Pablo.
El interior de las naves catedralicias nos traslada a otros tiempos con la vitrina donde se expone la capa pluvial que usara Carlos V en su coronación en la catedral de Aquisgrán, donada a la iglesia de Santiago cuando viniera a nuestra ciudad para casarse con Isabel de Portugal en 1526. Una vez restaurada ha quedado expuesta al igual que el pendón de San Fernando que ondeó en la Giralda tras la conquista de la ciudad en 1248, y podemos contemplar ubicado frente a la portada interior de la iglesia del Sagrario de la Catedral.
Estas hermosas preseas nos hacen recordar aquella sala de ornamentos sagrados inmediata a la Sala Capitular donde se exhibían a través de 20 vitrinas una riquísima colección de capas, casullas, dalmáticas, mitras, palios, frontales, bordados en oro, plata y seda, entre los que destacaban el llamado terliz de la Montería, admirable tejido persa pletórico de extraordinaria fauna y flora o el precioso terciopelo carmesí de las cuatro Giraldas, ¿adónde fue a parar todo ese tesoro textil que abarcaba desde el siglo XV hasta nuestros días y nos mostraba la extensa y variada riqueza de nuestra catedral en todos los campos artísticos? Los cambios de 1992 prescindieron de estas obras de arte no menores que podemos comprobar aún en las guías ilustradas de Balbino Santos y Alberto Villar.
Hace cinco años en su último libro Sevilla en América, América en Sevilla, el profesor Morales Padrón se preguntaba por las banderas británicas ganadas a los ingleses en el sitio de Panzacola, que se conservaban en una vitrina del coro de los capellanes reales de la Capilla Real al igual que un Cristo de marfil perteneciente a Hernán Cortés que presidió la primera misa celebrada en México y se veían a la derecha del altar mayor en medio de dicho coro. Interesado el ilustre americanista por estas reliquias históricas, finalmente, no pudo nunca localizarlas.
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