Una cosa es lo que los españoles pensamos de nosotros mismos y otra muy diferente lo que los demás piensan de nosotros. La percepción por parte de los otros de nuestra realidad, tanto pasada como presente, está sujeta con frecuencia a múltiples circunstancias que tienen que ver con episodios de nuestra historia o con acontecimientos puntuales que se utilizan para definirnos globalmente y para atribuirnos un determinado estereotipo. No sólo somos nosotros, todos los países tienen su estereotipo, producto de la simplificación o del puro desconocimiento del “otro”. Ninguno se libra de la atribución de un cliché con rasgos a veces caricaturescos. Los alemanes son trabajadores y cuadriculados, los suizos precisos como sus relojes, los italianos informales y frívolos y los americanos violentos y de mentalidad simple.
En efecto, la visión que generalmente se tiene de España en el extranjero no es la misma que tenemos los españoles de nuestro propio país. Y ello a pesar de que aquel desafortunado reclamo turístico “España es diferente” parecía indicar que éramos nosotros mismos los que nos regodeábamos de nuestra propia peculiaridad. Mucho factores han contribuido a lo largo del tiempo a distorsionar su imagen hasta crear un estereotipo que sólo en parte corresponde a la realidad. Todos los españoles hemos sufrido alguna vez en mayor o menos medida la caracterización que se nos ha atribuido fuera de nuestro país, sin conocernos y por el sólo hecho de serlos. Se nos ha calificado a todos los españoles, colectivamente, como anárquicos, perezosos, crueles y sanguinarios, o por el contrario, como alegres y amantes de la jarana. En definitiva, se ha ido acuñando con el tiempo un doble estereotipo: el de “la España Negra” y el de “la España de la pandereta”.
¿Cómo se originan esos estereotipos? ¿A qué circunstancias responden? Durante mi carrera como historiador e investigador del pasado, me ha interesado profundamente la idea que los demás han tenido de nosotros los españoles y en qué medida esas representaciones mentales de los otros han influido en nuestro devenir. Porque, en definitiva, lo que los demás piensan o han pensado de nosotros, resulta muy útil para conocernos a nosotros mismos.
Para profundizar en este análisis hay que rastrear en los archivos extranjeros, conocer lo que la literatura de cada país refleja del nuestro, comprobar qué se dice de nosotros en los libros de texto de Historia que se imparten en las escuelas fuera de nuestras fronteras, consultar los libros de viajeros y, en definitiva, acercarnos a España a través de la mirada desde el exterior.
Ese es el propósito de mi libro Miradas sobre España (Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2013). La obra recoge una serie de ensayos, publicados en su momento en diferentes revistas especializadas, algunas de las cuales han desaparecido ya, pero que tienen ese objetivo común: analizar cómo se nos ha visto desde fuera. Una primera parte se dedica a la visión desde los Estados Unidos, otra aborda la mirada desde Francia y por último, la relación con Gibraltar y la mirada desde el otro lado de la Verja.
Hoy existe, sin duda, una gran preocupación por parte de nuestros responsables políticos, y de los agentes económicos y diplomáticos por reforzar la “marca España” pues de ella -se alega- depende nuestra credibilidad en el terreno de las relaciones con otros países y con otros mercados. También el estudio de lo que ha sido esa imagen y el análisis de su evolución a lo largo del tiempo, ha entrado ya dentro de las preocupaciones de los estudiosos de nuestro pasado, como lo es de los gobiernos y de las instituciones encargadas de las relaciones con los demás países. Parece, pues, necesario conocer la imagen que nuestro país ha tenido en el mundo a lo largo de la historia y cuáles han sido los factores que en cada momento más han contribuido a crear esa imagen, para obrar en consecuencia de cara al futuro.
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