La tribuna de El Puerto

A las puertas de Rubicón

Este domingo saldremos de dudas o al menos en lo referente a quién sostendrá el bastón de mando desde la plaza Peral

Publicado: 24/05/2019 ·
12:34
· Actualizado: 24/05/2019 · 12:51
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Viva El Puerto

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Alejandro Merello

Dicen que Cayo Julio César, plantado al frente de sus huestes ante el río Rubicón, pronunció aquella célebre frase: alea iacta est. Sólo le quedaba un camino, hacia delante. Cerramos un ciclo, llegamos a nuestro Rubicón. A partir de aquí, sólo podemos ir hacia delante. Al menos, eso debió pensar Cesar. Pero verán, ni nosotros estamos en Roma, ni veo a ningún héroe al estilo Pompeyo por aquí.

Sí que he conocido a algún que otro tirano en estas lides de la política, pero tampoco le haría sombra a Cayo Julio César. Este domingo saldremos de dudas o al menos en lo referente a quién sostendrá el bastón de mando desde la plaza Peral. La suerte está echada, pero a diferencia de César, no tenemos tan claro si iremos hacia delante o hacia atrás.

Permítanme una vez más –esto empieza a ser una costumbre- que arrime el ascua a mi sardina. Yo también cierro un ciclo, llegó mi Rubicón. Hasta mediados de este ya casi finalizado mandato, he sido parte activa de la política, hasta que la misma política me pateó las entrañas.  

No sé muy bien qué política nos espera, tampoco sabría decirles si seremos capaces de anteponer el bien común al interés particular en este ejercicio endogámico de los partidos políticos, que hoy se simultanean para gobernarnos. Pero yo mi trabajo lo he hecho. Y ya me da igual que César sea el que espere a las afueras de Roma.

Cuando llegué a formar parte de la corporación municipal, lo hice cargado de ilusión y con el firme propósito de trabajar por mis conciudadanos, ¿quién me iba a decir a mí que me sería arrebatada desde dentro de mis propias filas? Pues así sucedió. En un principio, traté de combatir desde dentro el cáncer que ya veía crecer a pasos agigantados.

Denuncié lo que creí que debía denunciar, discutí lo que creí que tenía que discutir y no admití lo que creí que no debía admitir. Pero no era un cáncer aislado, no. Llegó el momento en el que, como César, sólo podía ir hacia delante, pues mi conciencia sólo me indicaba ese camino. Tenía alternativas, no se vayan a creer, pero todas pasaban por acallar esa voz interna que te dice qué está bien y qué no.

El camino sería más fácil, pero me gusta dormir a pierna suelta por las noches, ¿qué le voy a hacer? Alzar la voz y que esta sea contraria al orden establecido sólo conduce a un fin. Tuve –y tengo- compañeros de camino que, al igual que yo, cruzaron su propio Rubicón. Pero el cáncer llevaba tiempo aferrado y la metástasis se había extendido. Y las filas a las que un día llamé “compañeros” estaban infectadas… ya no había cura, ni siquiera tratamientos paliativos.

Ya el cuerpo no es receptivo, y como un avestruz, mete la cabeza en el hoyo. Ya, este domingo, veremos si con esa actitud ha dejado demasiado expuesto sus partes traseras. No llegué a la política para defender unas siglas, mucho menos por defender los intereses particulares de nadie. Mis antiguos compañeros hicieron caso omiso a los que denunciamos lo que, a todas luces, era evidente. Allá ellos. A mí, como a otros como yo, sólo nos quedó un camino… dormir a pierna suelta.

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