No ha tenido suerte en su mandato como Jefe de Estado el rey Felipe. Tuvo que entrar rompiendo la vieja norma de que un rey lo es para siempre y debe morir de rey, para que lo sustituya entonces el heredero. Quebrar esa norma hace saltar salpullidos. Es una forma de magistratura, antigua, basada en la herencia por sangre, con preeminencia del varón sobre la mujer y con la inviolabilidad como aforamiento personal de los coronados, inalcanzable para la justicia.
Si la entrada de Felipe VI fue mala, lo fue porque la salida del predecesor -su padre - fue precipitada y obligada. PP y PSOE - Rajoy y Rubalcaba- hicieron el arreglo legal para que la sucesión se produjera con eficacia en un marco político que se acababa. La abdicación de junio de 2014 fue forzada por acontecimientos tan desagradables como la corrupción de su yerno Iñaki Urdargarín, del accidente del propio rey en Africa cazando elefantes y de un uso indebido del patrimonio nacional. Esos episodios produjeron una desafección profunda de la opinión pública con la monarquía y el propio Juan Carlos I. Nadie en España -sobre todo la generación de la Transición - era ajeno a su rol capital tanto en el advenimiento de la democracia como en el intento de golpe de Estado. De ahí el respeto. Sin embargo, los acercamientos sospechosos a sus amigos del “pelotazo” y la “beautiful people” -Manuel Prado, De la Rosa, Mario Conde…condenados y encarcelados- despertó suspicacias entre la gente que lo había admirado, y sus maniobras financieras en Arabia, Panamá y Suiza han conducido a su desprestigio absoluto. Lo de Corina espanta hasta a las almas más bienpensantes. Su trayectoria con la democracia está en la historia, pero estos borrones la ensucian mucho más de lo esperado.
El nuevo rey conocía el tiempo en el que le tocaba reinar. Alejado de cualquier manejo político, ha dejado actuar a las instituciones en un periodo de cambio total del mapa político. El tiempo nuevo era detestar la corrupción como dejó claro en su primer discurso ante las Cortes Generales. Ahora ha tenido que llegar al extremo de romper con su predecesor, padre y rey, precisamente el que inauguró la nueva reinstauración monárquica. Tiene que luchar con la ejemplaridad para que “la desafección hacia la persona” de su padre no se convierta en “hostilidad hacia la institución”, según predijo Santos Juliá.
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