Nada como aprovechar un charco extraviado para que el político ocioso lo emplee a fondo y confirme el desapego del ciudadano con éste por su ridiculez infinita. Se lo dice el de la calle, el comerciante, el familiar. El que tenga un mínimo de sentido común y no caiga en el sectarismo absurdo y obtuso del que hace política para los suyos, para la minoría, y no para todos los mortales, lo ve y lo entiende.
Ahí es donde acaba el torticero buenismo de PSOE-IU. La crítica de la empresa portuense más conocida y qué más lleva el nombre de El Puerto a nivel mundial como es Osborne, reprueba la memoria selectiva, llamada por estos como la histórica.
En la situación tan lamentable y preocupante en la El Puerto está instalado, en la que ya no destaca en nada, sus gobernantes, los que tienen potestad para ello, emplean su tiempo en querer reescribir el pasado y versionarlo a su antojo y gracia en otro bien distinto. Nada de mejorar el panorama de la ciudad. En su discurso infantil y reaccionario sigue sin entender las preocupaciones reales del pueblo, también llamado ciudadanía, otro invento.
Aprovechar el sillón para vengarse impunemente de una Ley zapaterista y arcaica dice poco o nada de éstos. Los políticos están obligados para solucionar los problemas y no para crearlos. Facilitar la apertura de un negocio, derribar José Antonio, terminar un aparcamiento, gestionar la Plaza de Toros, limpiar las calles, atraer turismo, frenar el paro... Ahí tienen ejemplos y temas para entretenerse.
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