El Loco de la salina

Aquí manda el miedo

Y he pensado que en esta sociedad que padecemos el miedo se ha adueñado de las mentes y de los cuerpos del personal.

Hoy he sabido lo que es el miedo. En mis propias carnes. Venían a por mí con la camisa de fuerza preparada y me entró de golpe un cosquilleo que me subió por las piernas, pasó apretando por el estómago, se me encajó en la mandíbula y me puso los pelos firmes mirando al techo. Menos mal que pasaron de largo y fueron a por otro. Por eso me he tirado la tarde filosofando sobre el miedo y sus daños colaterales.

Y he pensado que en esta sociedad que padecemos el miedo se ha adueñado de las mentes y de los cuerpos del personal. Nos tiene atontados y sin reacción. Y los jefes, que luchan por disimularlo delante de sus superiores pero que también lo padecen, aprovechan la ocasión que les brinda el poder para humillar e imponer la ley del ordeno y mando a sus subordinados. Así vemos los locos las cosas.

Miedo a perder el puesto de trabajo, miedo a lo que nos puedan hacer, miedo a molestar al que manda, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a no ascender a un carguito más guay, miedo a que te quiten lo ya conquistado, miedo al presente rabioso, miedo al futuro inquietante, miedo al pasado comprometedor…

El miedo mueve el mundo. El miedo hace que se le rían las gracias al jefe, aunque maldita sea la hora en que dijo algo gracioso. Si el jefe ríe, hay que reir y, si llora, hay que llorar, aunque por dentro la risa y el llanto intercambien los momentos. No tiene nada que ver un jefe con un líder. Como escribió un célebre autor: “Un jefe crea miedo, un líder confianza. Un jefe culpa, un líder corrige los errores, Un jefe lo sabe todo, un líder hace preguntas. Un jefe hace del trabajo una carga. Un líder lo hace interesante. Un jefe está interesado en sí mismo o sí misma, un líder está interesado en el grupo”.

Hay quienes defienden que el miedo es necesario para que todo marche y que lo de Juan sin miedo es un cuento de los gordos. Hasta el pelota de toda la vida de Dios se mueve en el fondo para sacar ventaja y por el miedo a que el jefe no le ofrezca algún privilegio. 

Hoy nos comemos muchas palabras por puro miedo. No abundan los arrojados que llevan a la práctica aquellos maravillosos versos de Quevedo:

“No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
"

Bien es verdad que según se avanza en edad el miedo se va concentrando en el temor a la muerte y se va perdiendo en otras muchas cosas hasta el punto de que la lengua se hace más libre y descarada. Dicen que un hombre con miedo es peligroso. Yo no estoy de acuerdo. El que es realmente peligroso es un hombre sin miedo  En este país, en el que muchos se parten la cara por agarrarse a los sillones del poder a través de la propaganda y de la venta de la moto, el hombre de lengua suelta es un auténtico peligro.

Bueno, ya está bien de filosofía. De momento los de la camisa de fuerza no han venido a por mí. Mañana no sé.

No quería terminar estas líneas sin darle mi felicitación al Ayuntamiento (sin miedo al qué dirán los de siempre por hacer esta alabanza), porque ha dejado de dulce el recinto de los patos del Parque. Los de siempre dirán que estamos ya en elecciones. Pues que haya elecciones todos los días. A ver si tenemos suerte y los incivilizados dejan a los pobres patos tranquilos.

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